William Safire es un obtusísimo editorialista en el NY Times. Una voz muy pública del conservadurismo no sólo norteamericano sino mundial. Sus artículos, al 99.9% de los mexicanos, nos parecerían (parecen) no solo estupidísimos sino insultantes; y además de todo, son incomprensibles. Puesto que trato de entender (el porqué es el único poder, dijo el Merovingio) lo sigo leyendo. La verdad, nunca lo logro. Pero no por eso dejo de intentarlo. Es muy fácil entender cuando alguien critica y dice que el mundo está hecho mierda. Solo es necesario abrir los ojos. Difícil es cuando alguien habla de mejorar algo, requiere fe, ingenuidad, esperanza. Pero cuando alguien dice que todo está bien y que es tú problema si no lo ves así es cuando de verdad puedes pensar en entender diferentes formas de pensar. Y por eso lo intento.
The Economist, el semanario inglés, es considerado como la principal voz del imperialismo británico y otra respetada voz del conservadurismo mundial. De derecha o ultraderecha (como cuando defendieron el ataque a Irak) se les reconoce su posición crítica cuando también dedican un número especial al Reporte Berlusconi (no hay link, es un contenido pagado), mostrando cómo se ha pisoteado sistemáticamente el sistema político italiano a base de billetes, y muchos. Berlusconi pasa por ser también de derecha, y por ello sorprende el ataque tan frontal de The Economist. Los británicos se han convertido en campeones de la legalidad, de las normas, de la "civilización". Su pensamiento, a mi entender, es evolucionado pero muy cuadrado. Lo que es importante es entender su influencia en los centros de poder. Sus ideas educan a los que educan a nuestros gobernantes y líderes (mmmhhh, no encuentro mejor palabra) económicos. Claro, educar y formar pueden sonar a eufemismos cuando se habla de salvajes que tratan a las masas como mercancías. Pero no hay palabras que las sustituyan.
El conservadurismo basa su ideario en la libertad. A la hora de discutirlo es más difícil de lo que parece. Si bien es cierto que tiene el cáncer crónico del individualismo, cuando uno analiza el comportamiento de la masa, de los borregos, los argumentos de solidaridad caen por su propio peso. Pero la delgada línea que divide al liberalismo del fascismo es tan peligrosa como la que lleva de la solidaridad al totalitarismo. Entender como acto se ha vuelto más difícil y por lo mismo, más necesario.
Es muy posible que por eso esté disfrutando tanto, no sólo de mi hija y sus porqués, sino de los de mis sobrinos. Frida, Sofía, Emilio y Valeria, los cuatro entre uno y dos años, ya quieren saber porqué. Espero que nunca se les quite. En cuanto dejamos de preguntar porqué nos convertimos en esclavos completos.