Una de las más destacadas y "serias" (en la medida de lo posible) periodistas de espectáculos mexicana, Maxine Woodside, dijo ayer en su programa de radio que los productores de telenovelas de ambas televisoras mexicanas están seriamente preocupados por una nueva fuente de competencia para las telenovelas: Los noticieros.
Partiendo de la teoría hitlerana de que todo hipnotizador tiene éxito con sujetos hipnotizables podemos notar que el espectáculo ofrecido por la televisión mexicana el viernes por la noche es aterrador: En un canal, el partido de futbol de la selección mexicana, en otro canal, un show que aunque ya es rutinario sigue acaparando mucha atención, y, en el colmo de lo inédito, la detención de un empresario corruptor de medio pelo robó rating a dos prgramas supuestamente estelares. Y más que rating, lo que estos espectáculos noticiosos (que nada o menos tienen que ver con política verdadera) están robando en cantidades asombrosas es "mind share". La gente está pendiente del show, del montaje. Que si hubo complot o no hubo complot, que si se miraron feo o si no se quisieron dar las manos, que infarto o arritmia, los buenos y los malos.
AMLO logró desviar cómodamente la atención al problema denunciándolo como complot. No shit Sherlock!, resulta que todos los adversarios políticos se dan patadas bajo la mesa. Reconozco que el equipo del Gobierno Federal no puede ser más estúpido, puesto que ni un complot saben armar sin dejar casi documentos escritos y firmados delatándose. Pero que nadie se engañe, aquí no hay blancas palomas. Todos son una parvada de zánganos deseosos de mamar del presupuesto, estatal, local, municipal, federal o mundial. Y la verdad, el show se ha vuelto parte tan intrínseca de la forma de allegarse votos, que la consecuencia lógica de una sociedad que produce telenovelas vistas en todo el mundo es que telenovelizara su vida pública.
Sólo así la gente voltea, los mira, los desnuda, los escrutina. Pero, como en las telenovelas, el show sólo entretiene, divierte, distrae y alimenta el morbo. Nos vende aspiraciones, no realidades.