Por más que quiera yo presumir de padre tolerante (que lo soy en cierta medida) no puedo quitarme ciertos resquemores de la cabeza: Jimena es pequeña y quizá la estamos revolucionando de más. Parte del ritual de inicio de primavera en la mayoría de los colegios de clase media defeños (chilangos) es llevar a las tribus infantiles a descargar su energía a campamentos en las cercanías de la ciudad. Para niños de 6 a 12 años, cuya energía vital (de resolverse el misterio de su origen las compañías petroleras quebrarían) es infinita, es una experiencia que se transmite "por generaciones" y suele ser Top 3 en las anécdotas más comentadas del año.
Sí, síndrome de pertenencia, ése que hemos querido inculcarle a Jimena de forma, a veces pienso, enfermiza. Pero las más de las veces me convenzo de que no, que la convicción (nuestra) no va aparejada de la acción (nuestra, somos ermitaños) de forma tal que, en efecto, a Jimena no le parece enfermizo nuestro afán de convencerla por integrarse, sino suficientemente persuasivo.
Ayer una compañera de la oficina me preguntaba: "¿Cómo puedo enseñarle a Rodrigo autoestima si yo dejo que cualquier tipo me haga como sus calcetines?", "si yo tuviera esa respuesta y cobrase 50 pesos a cada persona que se hace esa pregunta, sería millonario mañana a mediodía" le contesté. No, no tengo idea. Con los niños es muy fácil, muy sencillo, copian lo que haces y poco caso hacen de lo que les dices. Ok, si tienes la paciencia y la forma para decirlo, digamos unas 100 veces, quizá empiecen a cuestionarse la pertinencia del consejo, con menos veces, es tiempo perdido (para el padre y para ellos). Digamos que la combinación que hemos buscado Edith y yo es 80% de paciencia para decir, decir, y volver a decir (predicar, eso ha sido la parte fácil) y 20% el modificar nuestro comportamiento a mínimos aceptables y congruentes con lo que decimos (practicar, la parte difícil).
Pues ahora que se nos va tres días, relativamente sola y sin familiares, sino una abeja más en un enjambre (sí, de abejas africanas), nuestra prédica de padres tolerantes, abiertos, está hecha pedazos. Revisamos hasta el más mínimo detalle del campamento bien pasada la medianoche, y se va hasta mañana!, y heme aquí, haciendo un post a ese respecto para fundir el miedo, conjurar la ignorancia.
Sí, finalmente también es cierto que el amor que los niños perciben en los actos de los padres (que nadie se engañe, se dan perfectamente cuenta del amor de cada esfuerzo) puede inclinar la balanza de su comportamiento. Pero un poco como la tolerancia en la pareja, el recurso del amor puede fácilmente devenir en chantaje y perder efectividad para con la educación de los niños, debe ser usado pues, como último recurso.