Las revistas son mi caso personal de la evolución de la pasión infantil por las estampitas (cromos, en España). Simplemente me encantan. De niño, en mi culta familia, abundaba el Notitas Musicales, una revista editada por el grupo radiofónico capitalino NRM. Después , por ahí del 78, hubo un cierto "boom" revistero vía Televisa y le entramos a varias de sus publicaciones: Cantinflas Show, TVyNovelas y, rezumando cultura, el Historia del Hombre, una colección que daba unas pequeñas nociones de historia universal para niños ilustrando con "monitos" algunos enunciados de hechos históricos. La leí de niño y siempre que pienso en griegos y romanos me acuerdo de los mentados monitos. Mi mamá compraba el Última Moda para sacar ideas de hacerle "lindos" vestidos a mis pobres hermanas. No, mentira, es buena costurera mi madre. Mi culto padre leía el "Impacto", revista que fue aniquilada por Manuel Bartlett en el sexenio de Miguel de la Madrid. Esa revista era reconocida como la antítesis de "Proceso", amarillista y socialista para los ojos de la clase media wannabe; también tenía una suscripción a “Selecciones del Reader’s Digest”, revista que yo recordaba con gran añoranza y cariño (me encantaba cuando tenía 8 ó 9 años) y que hace poco redescubrí como una bazofia espeluznante.
Cuando iba en la prepa, y a causa de la caída de Impacto, surgió Época, como antítesis ideológica de la muy fortalecida Proceso. La dirigía el borrachín (dijo Adal Ramones, a mí no me culpen) de Abraham Zabludowsky quien, según yo, tiene un excelente estilo prosístico-periodístico. Pero obvio, súper pegado al poder, como todo lo que hacía Televisa; aún así, conservo los muy bien hechos resúmenes anuales que abarcan desde la caída del Muro hasta la crisis del 95. Como quería yo ser astro-mono, leía Ciencia y Desarrollo, del Conacyt, e Información Científica y Tecnológica, la versión light de "divulgación", algunas Scientific American pasaron por mis manos, pero en ese caso preferí los libros científicos y de divulgación. También me quise poner culturoso y empecé a comprar, alternativamente, Vuelta y Nexos. Neoliberal como he sido siempre, me quedé encantado con el "poeta del libre mercado" (mote cortesía del maese José Agustín) y vomitaba (aún lo hago, no tanto) a los nexonitas que parecen mafia y clan (ok, los otros también, pero son más elegantes). No lo voy a negar tampoco, yo compré el número 1 de la Eres, que tenía a Sasha (Sökol de Sámano) y al dientón ese que ahora se quiere parecer a Julio Iglesias (wow con su role model), yep, Luis Miguel.
Hubo una revista de rock en español que era malísima con ganas, impresa en papel horroroso con pésimos reporteros (Jose Luis Pluma, si no mal recuerdo, se llamaba su director), y terribles fotografías: Conecte. Venerable por antigüedad y por perseverancia cuando el rock era "reprimido" (sobrinitos, pregúntenle al hibernado Cucamonga de qué hablo) Conecte revivió a finales de los 80’s montándose en la “apertura” que se dio en el mainstream del escenario mexicano al rock, importado de España y Argentina y después al mexicano. Si querías enterarte del nacimiento de Café Tacaba, los aquelarres de las Insólitas Imágenes de Aurora en el LUCC y el primer renacimiento del tianguis del Chopo, Conecte era el medio.
Cuando entré a la Universidad empecé a leer La Jornada y como consecuencia lógica, el Proceso de Scherer. Fue la época de oro de esa revista por la cercanía con las que los trató Salinas. Como vacuna, empecé a leer Time, The Economist y la misma Vuelta, también protegida y cercana a Salinas. A los fans de Proceso les puede chocar, pero la verdad es que Salinas los quería mucho por lo que representaban: la mosca decorativa que zumba en el oído del gigante (metáfora, si así se le puede llamar, cortesía de Aguilar Camín y "La guerra de Galio"). Yo siempre he sido degustador de los chismes de la farándula y por esos tiempos descubrí Vanity Fair, a la fecha una de mis revistas favoritas.
Vendría mi fase más techie y con Wired me sentía yo parte de la nueva élite mundial, del plan, conspiración mejor dicho, para dominar al mundo por parte de los nerds. Todas las publicaciones del establishment de negocios se tuvieron que hacer eco de Wired. Fortune, Forbes y Business Week. Y me gustaba contrastar los enfoques de cada una de ellas sobre los temas de tecnología y cómo la tecnología iba a cambiar al mundo. En México, por supuesto, eso lo llevaba Expansión. Los periodistas mexicanos de computación pelearon durante mucho tiempo entre sí, con verdadera saña, pero al final, sólo quedó Mónica Mistreta con Information Week, mala hasta la náusea, pero siempre más digerible que el fatídico intento de Televisa de hacer en español la PC Magazine. Tengo incluso algunas Harvard Business Review para alimentar de la forma más salvaje (son como el Pharmaton) mi megalomanía. Justo en ésa época apareció Milenio Semanal, abuelita de Milenio Diario. Una alternativa independiente aunque no del todo cuajada, al fin, a Proceso, que con la salida de Scherer empezó a degenerar geométricamente.
Jimena nació en el 98 y con ella llegaron a casa Padres e Hijos, Parenting y Mi bebé y yo. Las recuerdo con muchísimo cariño porque sí que nos ayudaron a cuidar y criar a Jimena; siempre las consideramos más objetivas e imparciales que a mi suegra y a mi madre, aunque eso no sea mucho mérito en realidad
Vuelta heredaría su puesto a Letras Libres tras la muerte del Poeta del Libre Mercado. De ésa sí puedo presumir la colección completa. Hace cuatro años apenas, me acerqué a la nueva cultura de España. El País se convirtió en el periódico más influyente de México (desplazando, sí, al Wall Street Journal) a pesar de que tampoco publicaba con más frecuencia que aquél noticias sobre México. El País Semanal llegó a casa para quedarse, y logró formarme un mal hábito: Levantarme temprano los domingos puesto que se agotaba en el puesto de periódicos. Junto con pegado salió Día Siete, accesible sólo vía El Universal, aquí en el DF.
En mi fase de trotamundos, del 99 al 2002, con dinero en la tarjeta y tiempo por los vuelos, pasé por varias publicaciones más: The New Yorker, de las más elitistas que yo he leído. Gatopardo, un esfuerzo colombiano bastante digno de imitar a Vanity Fair. Le Figaró, no sé mucho francés, pero es bastante entendible, Le Nouvel Observateur, la versión más izquierdista del mundo occidental. Algún GQ sí que me compré, no lo voy a negar. Fan de los deportes como soy, nunca me he comprado ni Sports Illustrated ni ninguna otra publicación deportiva.
Hay dos revistas ícono que tampoco he comprado nunca: National Geographic y Playboy (protagonistas ambas de un chiste muy racista), nunca he sabido porqué. No me han llamado la atención, creo.
Lo que sé (mucho o poco) se lo debo en gran medida a estas y otras publicaciones que me han podido acercar, de alguna forma y siempre bajo ópticas distintas, al mundo del que yo tan bien me sé separar. Este post pretende ser una contraparte al de ayer. Sí, los medios son maléficos, maquiavélicos, manipuladores. Un poco como las mujeres, no?