lunes, febrero 23, 2004

Atínale al diagnóstico

Edith, en honor a la verdad, tiene más de un defecto. Pero su defecto más pesado, para mí, ha sido su silencio. A esta mujer hay que sacarle las palabras con sacacorchos. La verdad es que también la amo por eso. Me reta a adivinarla y es una de las mil cosas que me mantiene encantado a ella. Pero no siempre mi velocidad es la adecuada en esa adivinación.

Desde hace cuatro años tiene, de repente, un síntoma extraño: vértigos. No, Jimena no contempla la posibilidad de hermanitos. Simple y sencillamente, todo le da vueltas. Nuestro ginecólogo nos dijo que una de las causas posibles podía ser un trastorno hormonal, de la tiroides para ser preciso. Endocrinólogos han ido y venido, a rachas según da la economía. Análisis diversos. Nada específico, nada alarmante, nada preciso. Mi fe en el método científico ha caído bastante con este caso. Otros síntomas eran dolor de articulaciones (en clima frío), cansancio, problemas digestivos intermitentes. Ha sido una locura con periodos de hasta seis meses sin dolencia alguna y otro tanto de problemas permanentes. "Así es la tiroides" nos dijeron legos y galenos.

Ni madres. Un doctor escondidísimo en un lejano rincón de la sierra poniente del DF tuvo a bien mandarle a hacer, además de los hormonales de rigor, un par de pruebas más de sangre, bastante sencillas. Ahí estaba el maldito bicho, una cosa que se ha hecho crónica y a la que ha sobrevivido gracias a sus brillantísimos hábitos de vida (cero cigarro, cero alcohol, asepsia absoluta en casa). Olvídese de la tiroides, nos dijo, esto la puede matar si se descuida un poco. Los bichos en cuestión se alojan en la vescícula y en la médula espinal. Sí, ahí nomás... Yo estaba lívido el sábado que nos lo dijeron, pero tenía que mantenerme en mis cinco: "No te preocupes princesa, ya lo encontramos y ahora nomás queda atacarlo". Sí, el doctor dijo que en general tiene remedio y que, en el peor escenario, sí sería necesaria una operación para extirparle la vescícula. Cuatro años perdidos en la indiferencia del "ya se me pasó, no me duele tanto" y mi tosuda (estúpida, pendeja) creencia de que una de las mejores formas de curar la enfermedad es negarla.

Edith estará bien, muy bien, se va a curar y todos estaremos tranquilos y felices. Sé que reaccionará bien al tratamiento y no será necesaria la operación. Pero tengo que revisar seriamente mis posiciones respecto a la medicina y a la salud. No quiero que eso provoque algo más que un susto como el que nos acabamos de llevar.