Hace 7 años me aventé fuera de mi casa materna. Mi cuarto, vergüenza me da confesarlo, era un "aventadero" de proporciones paleontológicas. Duré 15 años viviendo ahí. Llegué niño, salí... crecido, en teoría adulto. Era un desorden descomunal. Papeles (todos importantes) y ropa aventada en los dos metros cuadrados que tenía de área "pisable" por lo que llegar a mi cama requería de un buen brinquito de la puerta directo. Sin mencionar ese oscuro, misterioso, inhóspito por desconocido pero agreste por selvático rincón que era el "abajo de mi cama". Dos libreros sostenían algunos volúmenes, otros más en el buró, otros en la cabecera. Colgados de las ménsulas que sostenían uno de los libreros estaban tres trajes, no recuerdo los colores. La cómoda tenía cinco, quizá seis mudas de ropa interior, y algunas camisas. Un pantalón de mezclilla, un caqui, dos camisas sport y una chamarra era mi guardarropa de fin de semana. Fue lo único que me llevé. Ese pequeño recuento. Libros, revistas, cassettes, papeles, grabadora. Todo dejé tal cual. Un par de juguetes que coronaban uno de mis libreros y que habían acumulado polvo desde tiempos de la Pangea.
Mi hermana Laura es once meses menor que yo, bueno, en realidad, once meses y 20 días. Como sea, hay algunos días del año en que tenemos "los mismos años cumplidos". Laura es educadora. Se refiere a sí misma siempre en masculino y como "el oso". Mi cuarto era el único en la planta baja de casa de mi mamá, ella compartía cuarto con mi hermana menor, Guadalupe. Cuando me fui, intenté (es un decir) acomodar un poco el desorden. Ella me puso la mano en el hombro: "sólo vete ya, déjame el cuarto, yo me encargo".
Laura limpió el cuarto con su proverbial paciencia, con su natural persistencia, con su calma atemporal. Tardó meses, limpiando y pintando paredes, juntando papeles, cassettes, extrayendo de abajo de la cama los más inverosímiles objetos, recuerdos, cosas y demás. Acomodando, almacenando, apilando cajas de vida. Toda mi vida.
Ella ocupa, desde entonces y hasta ahora, ese cuarto. Y de la casa de mi madre es el rincón favorito de Jimena. No sólo porque, como educadora, lo tiene atestado de parafernalia infantil, sino también porque le gusta. Le pega el sol de la tarde. Laura se ha encargado no sólo del cuarto, sino de la casa. De mi madre y de que la casa no se les caiga encima. Yo sostuve esa carga un tiempo, sé lo que es y no me gusta recordarlo. Laura ha podido con la salida/escape de Patricia, pocos meses después de la mía. Guadalupe parece que pronto seguirá nuestros pasos. Laura quisiera hacerlo también, pero también vive en simbiosis con esa casa. Su salud va en proporción directa a los arreglos y desperfectos que sufre.
Pero Laura es feliz. Sabe que el tiempo no existe. Mejor que nadie que yo conozca. Gracias Oso por ser mi hermana.