miércoles, febrero 04, 2004

Crónicas terrestres

Salvo las misiones del Viking en el 77 y la extraña forma de sus lunas Phobos y Deimos, Marte nunca llamó mucho mi atención como aficionado a la Astronomía y la Astrofísica. De hecho el Sistema Solar nunca fue mi hit. Siempre soñé en quásars, galaxias de Seyfert, Big Bang. Me gustaba más la exploración astronómica en diferentes secciones del espectro electromagnético lejos en tiempo y espacio que el reconocimiento del vecindario.

Pero uno se hace viejo (nunca sabio) y con tal de recordar sus pasiones y viejas aficiones, cualquier asidero es bueno. Además está el factor "herencia", o el hecho de que la transmisión del gusto por la Astronomía a Jimena puede darse fácilmente con temas que están de moda. Y por supuesto, la exploración del Sistema Solar es algo relativamente fácil de vender.

Carl Sagan decía en su memorable serie/libro “Cosmos” que "los marcianos seremos nosotros". Yo la verdad creo que no hay forma de evitarlo, a menos claro que la Humanidad se destruya a sí misma antes de poder emprender la colonización marciana. Desde la ya mencionada misión de los Viking se sabe que la exploración de otros planetas es harto difícil. Los magros experimentos químicos y bioquímicos realizados por esas, ahora primitivas sondas, revelaron la presencia de “agentes” desconocidos o imprevisibles en la Tierra. El mismo Sagan decía que de encontrarse “vida” aún en forma de bacterias o microbios, debería respetarse el planeta y no “invadirlo”. Pero si no existía vida, no había razón alguna para no “terraformar” Marte y colonizarlo. Se le ocurrió una idea bastante salvaje, que era aporrear el planeta con bombas de hidrógeno que liberarían el oxígeno ahora combinado con la tierra (de ahí el color rojo óxido) y crearían una atmósfera parcialmente “respirable”. Las implicaciones éticas y filosóficas de esto son de trascendencia meramente ocupacional. Estamos en ruta de exploración y unas bacterias o microbios, a menos que sean demasiado complejos, no nos detendrán (hablo como especie).

Los beneficios del desarrollo científico siempre han causado escozor en los “humanistas”. La búsqueda de la verdad, ese ente tan elusivo a las palabras, puede y encuentra su esencia en los números. No hay, en Matemáticas, el equivalente a los sofismas, o a la dialéctica, lo único medianamente similar son las demostraciones “por reducción al absurdo” que sirven para negarlo. Sí hay, acaso, Gramática, Prosodia y Ortografía. Incluso, aunque parezca raro, hay “Estilo”. Esta conjunción y sus paralelos suelen ser muy difícil de entender, para los humanistas y muy poco significativas para los científicos. Oppenheimer, el creador de la bomba atómica, ha sido quizá el más avanzado de los científicos humanistas de la Historia. Vivió, es cierto, atormentado por el tamaño de su logro. Pero nunca pasó del drama personal. Nunca cuestionó a la ciencia per se sino a sí mismo. Es el único lugar donde cabe la discusión. En las decisiones del individuo. El motivo que impulsa el desarrollo científico es imposible de erradicar: La búsqueda de la Verdad.