miércoles, febrero 11, 2004

Doble vida

Ayer Edith descubrió algunos archivos míos, viejos (si no mal recuerdo, del 98) en la compu de la casa. Se puso triste de confirmar que al inicio de nuestro matrimonio yo era medio ciber-cabrón. Ya lo había confesado en esta humilde morada, sí lo fui. Ella también ya lo sabía. No sabe, no quiere saber (sí quiere, pero también no quiere) qué tanto. Por eso se pone triste. Segunda vez en casi 10 años que hacemos el amor así, con un sabor agridulce de enojo. En realidad casi nunca peleamos o nos enojamos, hay un respeto infinito entre los dos, no hay forma de no respetar a una mujer como ella. La amo.

Decir mentiras fue mi deporte principal cuando la vida me mintió (mejor dicho, cuando me reveló que todo era mentira). De los 14 a los 27 todo lo que hice y dije fue mentira (a mis 27 nació Jimena). Sí, Edith vivió y sufrió mis mentiras. Y me las aguantó. Así como yo aguanté sus silencios y sus indecisiones. No me siento culpable, estamos a mano en casi todo, salvo que ella es maravillosa y yo soy un wey equis, pero con mucha suerte. La amo y le he dado tanto amor como he recibido de ella. Eso ayuda. Porque las heridas de las mentiras son demasiado cabronas. Demasiado dolorosas. Las mentiras tienen además la nefasta propiedad de no matar. Simplemente no te puedes morir de una mentira. Es un dolor infinito que NO te aniquila.

Entre todo lo que me ha dado Edith, es quizá lo que más le agradezco. Ayudarme a dejar de mentir, a quitarme la puta necesidad de soltar un choro en lugar de decir la verdad. No que ya no diga ninguna mentira. Soy vendedor y medias verdades digo cada dos por tres. Pero intento manejar el mayor número de verdades posibles.

No soy un puritano de la verdad. Creo que hay mentiras necesarias. Hay también mentiras accesorias. Mi mitomanía juvenil respondía a mi necesidad de negar mi realidad, que era nefasta, horrible, cabrona y con un hedor insoportable. Fue en su momento una buena forma de sobrevivir. Pero hubo un lugar en que me mentí a mí mismo y ahí la mentira me dañó como yo dañaba a los demás a quienes mentía. Hay una rola de Silvio Rodríguez que así empieza:

Me he dado cuenta
de que miento
siempre he mentido
siempre he mentido

He dicho tanta
inútil cosa
sin descubrirme
sin dar conmigo


Fue poco a poco que dejé de mentirme y de dañar a Edith. No han cicatrizado todas esas heridas, pero creo que por lo menos ya están bien firmes los puntos con los que las cosimos. Algunas sí que han cicatrizado, creo yo. En la mañana la acompañé al laboratorio a hacerse un par de estudios y nos miramos como novios un buen rato. No tengo porqué preocuparme: falta mucho para que perdamos la magia.