Cartesiano positivista como dicen que soy, no puedo evitar los paralelos, las comparaciones, las trasposiciones (también las yuxtaposiciones, como dice Les Luthiers). Y no quiero hacer actos archiproclamatorios del medio de los blogs, pero sugiero revisar, con tanto revuelo sobre el racismo mexicano y el norteamericano, este texto, a cargo de Manuel Lomelí y este otro, de Enrique Krauze.
Manuel disecciona con claridad inusitada en su estilo (no digo que sea una gran claridad en términos absolutos, que conste) el problema del racismo "respecto a" Estados Unidos. Enrique Krauze lo intenta muy pobremente.
Un tercer enfoque lo ha dado la columna de Mack Donald, el pinche gringo, en la revista Chilango, donde ha venido escribiendo, desde hace un año, sobre el racismo imperante en "el big taco". Krauze dice que somos clasistas, no racistas. Su posición es políticamente correcta y realistamente inexacta: La sociedad mexicana es racista y es clasista, ambas dos. Pero no de la forma en la que lo es la estadounidense, sino mucho más sutil (como todo lo mexicano) y por lo tanto, burlesca. Mack Donald dice que basta pasear alternativamente por Santa Fe e Iztapalapa para mostrar el aberrante racismo del que nadie habla.
Hablo de mí. En Estados Unidos no me ha tocado discriminación. He viajado unas 15 veces a 7 ciudades diferentes y debo decirlo: nunca me he sentido discriminado. Y soy moreno, nada de "moreno claro". Una sola vez me hicieron alguna referencia a mi color de piel y fue para preguntarme si mi hija (para la que llevaba arrobas de prendas) era de mi mismo color y recomendarme combinaciones.
En México tampoco me ha tocado ser discriminado, pero siempre rehusé a asistir a antros en mi juventud, por miedo a serlo. Solo en ese aspecto he estado cerca de la discriminación.
Pero como todo, solamente tengo versiones