Mi relación con mi suegra ha sido muy divertida. Al principio de mi relación con Edith ella me tenía aprecio "maternal". No me consideraba como un serio "aspirante" al corazón de su hija que acababa de salir de una relación formal con todo un profesor universitario. Yo era un chamaco caguengue de 22 años, que seguido se olvidaba de la existencia de la tijera para cortar el cabello, que aún subsistía principalmente gracias a gansitos y mirindas. Hace 25 kilos de eso!.
Cuando se dio cuenta de que iba yo por todas las canicas con su hija, como un año después, ya no le caí tan en gracia. Utilizó todo su poder para poner todas las piedras en el camino. Mi cuñada Serena (y también Rosario, mi otra cuñas) me ayudaron bastante en esos trances. Pero en realidad mi relación con ella no mejoró sino hasta que vivimos juntos Edith y yo, y nació Jimena, y vio que mi forma de ir por todas las canicas era con el corazón en la mano.
Y fue por esa época que descubrí una característica de ella que me hizo odiarla menos: Hacedora de mortajas. La abuela paterna de Edith, Consuelito, murió en el 98. Mi suegra usa máquina de coser desde niña (yo creo) y lo hace con gran habilidad. Pero resulta ser que, ante la inminencia de la muerte de su suegra y cuando nadie quería pensar en el hecho, mi suegra se puso, paciente, a elaborar la mortaja justo un par de días antes del deceso. El "timing" fue para mí sorprendente, puesto que Consuelito, yo sabía, llevaba enferma años, y ciertamente su agravamiento no era ni el único ni el peor. Mi suegra sentía la hora que llegaba.
Hace un mes estuve en Pachuca visitando a una tía de Edith, Leonor, que fue para mi suegra como su mamá postiza, puesto que fue ella quien la crió, en escena típica del campo mexicano de familia numerosa. A la tía Leonor el cáncer le comía las entrañas desde hace dos años. El viernes pasado mi suegra le dijo a Edith que la acompañara el sábado a verla al hospital y, como hace 7 años, cumplió el ritual de desvelarse cosiendo la mortaja de su "hermana-mamá". Leonor falleció ayer en la tarde y mi suegra, apoyada por sus dos brazos de siempre (Edith y Martin), llevaba ya lista la mortaja. La premonición sobre el momento de la necesidad me espanta.
Mi suegra, me consta, tiene capacidades de percepción que están muy por encima de lo normal (no es que yo crea esas cosas, lo explico como una conciencia muy amplia del mundo). Lee señales que poca gente percibe, y las lee bien. Y tiene la enorme virtud de mirar a la muerte de frente. Si eso se hereda (Edith tiene no poco de eso), será la mejor herencia para Jimena de su abuela materna.
Necesaria actualización: Me corrige Edith que las mortajas se cosen a mano, no con máquina, como parte del ritual propio del asunto.