martes, agosto 31, 2004

Sangre verde

Hice mi Servicio Militar obligado por mi circunstancia laboral durante 1999. Sí, ya estaba yo grandecito, me inscribí a tiempo en mi tiempo (1989), pero no fui a recoger mis "resultados del sorteo" cuando debí hacerlo. Hasta 2001, tener la Cartilla del Servicio Militar Nacional era requisito indispensable para obtener el pasaporte y salir del país. Yo necesitaba, desde 1998, salir del país por cuestiones de trabajo. Ya había tramitado un permiso especial en 1995 pero sólo se podía tramitar uno por persona.

En efecto, no quería hacer el Servicio Militar. Siempre me ha disgustado la milicia, todo lo que tenga que ver con el Ejército. He sido un pacifista practicante. Nunca me he agarrado "un trompo" con nadie y no recuerdo haber golpeado a alguien; sí en cambio haber recibido un par de golpes y luego ser ridiculizado por "abrirme". La cultura de los putazos nunca ha sido mi favorita.

Pero uno es uno y su circunstancia y al verme obligado a hacer el famoso Servicio Militar, descubrí el porqué de la debilidad de México como potencia militar: Por más que tengamos fama de "machos" y de que nos gusta echar bala, la verdad es que no tenemos vocación guerrera. Mi servicio militar consistió en dar clases a otros "conscriptos" de alfabetización y de primaria. De mis 8 ó 10 alumnos sólo dos sacaron el certificado. Fue tiempo muy bien invertido. De vez en cuando nos ponían a hacer ejercicio y ahí fue donde "sufrí" porque mi actividad como deportista es bien conocida como nula o por lo menos "tendiente a cero". Pero, dato curioso, los sardos se compadecían de mí. Sí, la disciplina militar, tan famosa por inflexible, me dispensó generosidad en el trato. Gordito chistoso y con pie plano (más tarde sabría que con presentar examen médico de pie plano estaba yo exento del trámite, damn!) los aceitunas justificaban mi mala actuación física con la buena onda que me tenían mis alumnos y compañeros.

El viernes que pasé por el Campo Militar no. 1 recordé ese sentimiento de solidaridad y mezcla de compasión y camaradería que terminé por tener con los soldados después de mi año de Servicio Militar. Nunca más, me dije, abjurar tan tajantemente de la vida militar y sobre todo, de los militares, que finalmente, son personas con un destino muy cruel: obedecer a idiotas y dar la vida por una bandera.