Desde el Sargento Pedraza, en las olimpiadas de México 1968, la caminata ha sido el único deporte que, de manera consistente, nos ha dado alguna presencia en el tablero de medallas de los Juegos Olímpicos. Tal presencia alcanzó su cenit en las olimpiadas de Los Ángeles 1984, cuando se obtuvo el 1-2 en 20 kilómetros (Ernesto Canto y Raúl González) y el oro en 50 kilómetros. Aunque para ese tiempo Los Ángeles no era lo que es ahora (la segunda ciudad hispanoparlante del mundo, más grande que Buenos Aires y sólo menor que el DF), México encontró en la vecindad losangelina una buena oportunidad de hacer un papel medianamente decoroso. El mejor, de hecho, fuera de casa. Ya la "hospitalidad sureña" de Atlanta 96 (ese hermoso lugar donde el racismo es religión) se encargó de volvernos a nuestra realidad, pero esa es otra historia.
En un rato más es la competencia en la que los mexicanos tienen alguna posibilidad (la más baja en varios años, por cierto) de conseguir alguna medalla, la caminata de 20 kilómetros. Nuestra participación ha sido, hasta ahora, normal, la de siempre, completamente perdedora. Dicen (no sin razón) que nuestras cartas fuertes están por venir, que Fernando Platas en clavados, Víctor Estrada en Tae kwon Do, Anita Guevara en 400 mts y algún otro, tienen posibilidades de traer algo de alegría a la masa de ociosos que somos todos los que vemos los JO's, pero la verdad, yo estimo que salvo Ana Guevara (que no ganará oro, sino plata o bronce) nos vamos a regresar como siempre, con todos los honores de haber competido como nunca y perdido como siempre. Ver a Corea del Sur hacer un súper papel en gimnasia masculina por equipos, Argentina jugando a la magia en Basquet, Chile calificando tenistas y Japón en tercer lugar del medallero son signos de un pequeño cambio, de un ascenso de la clase popular mundial (Orsai dixit) por lo menos en competencias deportivas. Pero para variar, México no está subido en ese barco.
En lo que sí calificamos, a pesar de que he leído muchísimos comentarios en la blogósfera opinando lo contrario, es en montar un súper show televisivo. Las televisoras mexicanas aprovechan estos eventos para hacer todo tipo de experimentos con los robotizados aficionados y nos dejan saber de toda la parafernalia con la que cuentan para "producir entretenimiento". Debo reconocer que la que me tiene atónito es Angélica Vale, esa niña siempre me dio lástima porque al contrario de su madre, que tiene mucho "ángel" ella tiene mucho "diablo" y no sacó ni pizquita de la infinita belleza que en sus años mozos tuvo su progenitora. Pero la verdad que el talento de imitadora que tiene es una salvajada, no se le va un detalle de sus imitadas y la ejecución de cada personaje es, simplemente, perfecta. Y no es dificil imitar a gente como Celia Cruz o María Félix, con una personalidad muy identificable, pero imitar a las patéticas estrellitas y/o conductoras de los programas de Televisa, que con trabajos puedes distinguir entre sus abultados senos, éso sí que es un enorme logro. Por cierto que ya es tardecito y me tengo que ir a ver perder a nuestros marchistas.