jueves, junio 10, 2004

We've got the right to be angry

Pero también tenemos el derecho de no estarlo, a pesar de nuestros varios motivos. Hay un buen programa en TV Azteca (que junto con e3 ya suma dos horas visibles a la semana) llamado Entre lo público y lo privado. Anoche invitaron a un comentarista deportivo que trabaja ahí mismo con ellos, André Marín. El tipo, como profesional, no puede ser más gris, porque su ambiente de trabajo promueve la crítica, sí, pero bajo las directrices de su jefe, José Ramón Fernández (el Fidel Castro de los comentaristas deportivos), pero no se puede quejar, de seguro le va bastante bien y se le puede considerar, por varios parámetros, una persona exitosa. Sin embargo ayer durante su entrevista hizo hincapié, varias veces, en la desesperanza que tiene sobre el futuro y con él, todos los de su generación (que, oh coincidencia, es la mía también). Aunque él se refería a la desesperanza que genera vivir específicamente en México, un país que lleva 30 años estancado y en crisis permanente de falta de oportunidades, esa famosa desilusión es aplicable a casi todo el mundo que tiene (tenemos) esa edad.

La generación posterior perfeccionó nuestro pesimismo y lo convirtió en nihilismo, del cual la blogósfera está llena. La realidad sólo estimula el crecimiento de ambos un paso sí y otro también.

Jimena cumplió años el lunes pasado, seis. No pude estar con ella como me hubiera gustado, volví a Costa Rica en viaje express: 6 horas de vuelo, 4 de aeropuerto, 3 de transporte terrestre, 2 de negociación y 2 de comida. 18 horas de jornada laboral, de estar fuera de casa, de salir 5 am y regresar 11 pm. Sólo alcancé a darle su primer beso y felicitación (ella dormida, claro) y su último beso y felicitación de cumpleaños (ya durmiéndose). Pero fui a trabajar, y en un día tan especial, sólo podía irme muy bien. Me fue muy bien. Lógico, me perdí su cumpleaños (por cierto, la fiesta es el domingo, están invitados).

De regreso en México resulta que ese buen trabajo hecho ese día no tendrá la recompensa debida (pactada, acostumbrada). Cambios en la política de compensación de la empresa reducirán a la mitad el beneficio estimado. Aunque no es definitivo que se aplique dicha política, el golpe a la moral que representa esa posibilidad es fulminante.

Pero yo tengo el derecho a enojarme y a no enojarme. Elijo no enojarme. Elijo renovar mi voto por el esfuerzo prometido y esperar trabajando que "me haga justicia la Revolución". Antes he sido favorecido por el azar. Puedo volver a serlo.