martes, agosto 02, 2005

Rehilete que engaña

En un artículo comentado por DuVeth se dice que nosotros, los treintañeros, tendemos a la lectura cero. Aunque mi presupuesto de libros ha ido a parar mayoritariamente al librero de Jimena he planeado tratar de insertar, de vez en vez, alguna preferencia mía para no quedarme huérfano de referencias de mi generación. Me cuesta mucho trabajo leer últimamente. En mi soltería me acostumbre a leer de corrido, medio libro una noche, medio libro la siguiente noche. Eso, en la vida de casado, no ha sido posible. En primer lugar porque ya estoy viejo y no leo tan rápido como llegué a leer, pero principalmente porque, estando soltero, mi cama no me ofrecía mejores alternativas que la lectura. :D, sí, pues, me creo mucho. Ergo, tomar una lectura y "seguirme de corrido" es prácticamente imposible, salvo en los casos de "libros-película" como Harry Potter y los de Dan Brown.

Milán Kundera, quizá mi escritor favorito, escribe larga y cortamente en El Telón, su libro más reciente, sobre su circunstancia geográfica. Su República Checa natal, su Europa paris-céntrica, su obsesión histórico-geográfica-novelística. No abandona su temática que suena tan premoderna de repente, más por obsesiva que por anacrónica. Su libro, armado como si fueran "posts", es de fácil lectura para mí, acostumbrado a leer posts y no libros. En lo que me quedé hoy en la mañana, abordaba el tema del provincianismo de los grandes y de los pequeños paises.

Tanta discusión que leo sobre Tijuana me abruma. No sé si sea parte del proceso evolutivo de una sociedad, donde sociedades adultas como la regia, la tapatía, la poblana o la chilanga miran al adolescente rebelde, impetuoso, en perpetua masturbación que es la sociedad tijuanense, descubriéndose a sí misma, tocándose todos los recovecos del cuerpo para reconocerse. O sea solamente la edad de la gente a la que leo.

De mis primeros 10 años recuerdo haber conocido el DF que conocían mis padres. El Centro Histórico, para mi Jime tan desconocido que a sus cuatro años todavía me preguntaba que "qué ciudad es esta?" cuando lo visitamos, me era muy familiar porque mi padre trabajaba ahí, afuerita del metro Pino Suárez. Toda la zona "Aragón-Lidavista" eran mis terruños y, orgulloso, recitaba el nombre de todas las calles perpendiculares por las que atravesaba en mi camino de regreso a casa. Nezahualcoyotl y Ecatepec eran los lugares de visita familiar, de madre y padre respectivamente. Hasta esa fecha de seguro no ví más de tres veces las Torres de Satélite ni Perisur.

Habiéndome cortado el cordón umbilical tomando mi primer autobús solo a los 10 años (lloré de miedo, recuerdo bien), no salía tanto por mi cuenta, hasta que estuve en Secundaria. Ahí sí me descosí. Recorrí la Lagunilla y Tepito, Balderas y su, para mí en ese tiempo, asombrosa biblioteca. Empecé las travesías al sur, a Ciudad Universitaria. Los edificios altos, que eran mi fascinación, eran muy pocos, y feos. Polanco me era completamente desconocido. Iztapalapa era el lugar donde mi madre fue niña, pero no se parecía a lo que ella nos contaba que era.

Soy chilango de por lo menos tres generaciones atrás, que yo sepa. Ya me tocó tentar la mayoría de los rincones de mi ciudad. Ahora la disfruto muy lentamente, quizá demasiado lentamente. Nos hemos liberado, apenas este fin de semana, del gobernante más ausente y desarraigado que esta ciudad ha tenido en 70 años, quizá más. En la historia política reciente no ha habido ningún Presidente que antes haya gobernado el DF. AMLO, el Peje, es el primero que nos utiliza como trampolín. Se nos acusa de país centralista, que lo somos, pero nadie que haya gobernado el DF llegó a gobernar el país.

Como dice la canción, mi ciudad es un rehilete que engaña la vista al mirar.