Hace tiempo hice un muy mal post (vaya, he hecho varios que son malos, ahora me refiero a ese solamente). Quizá la explicación no era tan mala, pero la conclusión sí que lo fue.
A mi madre le debo lo más grande que tengo y no es la vida, sino mi independencia. Al contrario del 99.999% de las madres mexicanas con sus hijos varones, mi madre me crió independiente. Reforzó mi carácter antisocial dotándome de herramientas de vida diaria que me permitieron necesitar poco o nada de la gente, incluyéndola principalmente a ella. Y justo ahí, en ese pecado, María Guadalupe Tapia López llevó la penitencia. Ahora, alejados por nuestra vida diaria, resulta que la necesito poco, porque soy independiente y eso, para un padre, poniéndome en su lugar, ha de ser encabronadamente dificil de sobrellevar.
El jueves pasado llegó de visita Frida. Ya tenía dos años sin verla puesto que el año pasado no vinieron ni fuimos (es mi ahijada e hija de la hermana menor de Edith, por lo tanto también es mi sobrina). Ahora ya la ví más mexicanizada. Aunque es, de hecho, muy catalana, la verdad es que también tiene sangre mexicana y se le nota cada vez más. Sigue siendo más independiente que cualquier otra cosa pero ahora utiliza esa independencia para conquistar a su entorno. Y arrastra donaire y bonhomía por donde pasa y pasa por muchos lados, porque es velocísima para trepar y correr. Me gusta que ha seguido a Jimena en los juegos y en apenas dos o tres días ya se dirige a ella como Jime algunas veces (no todas).
Edith les iba contando un cuento en el camino de regreso del paseíto el sábado, a Jimena y a Frida. El cuento trataba sobre unas princesas que en lugar de esperar al príncipe para que las rescatara del dragón, se dedicaban ellas mismas a vencerlo. En algún momento Edith mencionó que las princesas eran unas "dramáticas" y Frida repitió, como en ET el "teléfono-casa", las "princesas dramáticas" toda la tarde. Yo tendré poco tiempo para estar con ella en esta visita, pero sí que siento la "deferencia" de que sus papás me hayan escogido como padrino de ese torbellino. Por eso quise jugar mucho con ella el fin de semana y mi cuñado Luis me dice que parezco un gran muñeco oso (por masa, tampoco soy alto) de peluche. Las niñas brincando y colgándose de mí. Es una sensación fabulosa. Frida recompensó mi pacienci regalándome un chocolate.
El tiempo juega extrañas sensaciones. Por un lado siento que va demasiado rápido y que me pierdo de demasiadas cosas, que el trabajo se escurre y mi econonomía y mi vida también. Pero de repente, pensar que mis sobrinos son todavía unos bebés, que Jimena es aún muy pequeña y muy juguetona, que nadie en la familia parece tener la prisa que yo a veces siento porque el futuro se apersone de inmediato.
Algo que mi madre no me enseñó fue eso. Ella siempre tenía prisa. Ahora ya no lo es tanto, pero aún se apresura por nada. Igual los dos tenemos que aprender a ser independientes del tiempo. Menos ansia. Si este año no, el próximo será. Y en cinco o diez años estará Jimena en Europa estudiando, y en veinte pasearemos por Bangkok. O en tres.