Siempre, ante el pesimismo, me siento como un loquito callejero, de esos que no faltan en cada colonia. No Julio. Hace 12 años estuve en Pennsylvania, en los suburbios de Filadelfia, en mi primer viaje a USA, que fue de trabajo. Los paisanos que me atendieron en hoteles y restaurantes no se atrevían a abrir la boca sino lo estrictamente necesario y dado que no hablaban inglés, prácticamente no la abrían. Después de 6 años regresé y mi sorpresa fue mayúscula. Todos te platican, te preguntan de dónde vienes, qué haces, a qué te dedicas. Yo atribuyo lo de mi primer viaje a Reagan y lo del segundo a Clinton. Para mí eso fue una señal clara de progreso social.
Viajé a El Salvador hace siete años. Era, aún, zona de desastre, historia dura vivida reciente. Regresé el año pasado para encontrarme con gente de todo tipo, empleados e intendentes, con esperanza de vida, de un poco de mejoría. Me quedó claro, por como ví la ciudad, que están construyéndose un futuro, no para ellos, pero sí para sus hijos.
Mi padre vendía chicles en la calle cuando niño, a los 8 años, con trabajos acabó su primaria y mi madre era también muy humilde pero logró estudiar la secundaria. La suerte, el trabajo, los pocos vicios los llevaron a la clase media en donde me dejaron cómodamente depositado, a mí y a mis hermanas. Con trabajo, con criterio, con cierta educación. Me toca pagárselo a mi hija y sobrinos cuando los tenga. Y eso intento no sólo trabajando sino pensando. Sé que hay problemas pero busco siempre mis libros de historia: los tatarabuelos de los ingleses actuales trabajaban 6 días a la semana 14 o 16 horas diarias en minas de carbón. Ahora sus tataranietos tienen talleres informáticos de diseño, y toman cerveza en los pubs a la hora en la que antes se tomaba el té en la aristocracia. Las clases trabajadoras de España acuden entusiastas a terminar de pagar sus hipotecas y se embarcan en compra de pisos en destinos de playa. Gente que hace 30 años, menos de los que yo tengo de vida, cruzaba los dedos cada fin de quincena. No soy ciego a los problemas actuales, muchos, diversos, complejos. Pero no puedo evitar pensar que mis abuelos no tuvieron, no tienen, tiempo ni cabeza de preocuparse por esos problemas y que yo, gracias a ellos, sí tengo ese tiempo. Es por esa oportunidad que debo siempre poner el pesimismo donde merece, en el espejo. Un abrazo y saludos a tu familia Julio, gracias por el ánimo y la lectura, pero sobre todo por la escritura.
(Este post es una respuesta que está en los comentarios del blog citado, a pesar de haber participado en varias blogdiscusiones durante los últimos quince días, y atestiguado otras, estas, de este tipo, con gente tan "gente" como Julio Salinas son, con mucho, las más disfrutables)