Fue en 1998 cuando pasé mi primer noche fuera de mi casa de recién casado (97) acompañado por la que, con justa razón, podría ser la única fuente de celos fundados de Edith, mi laptop. La fecha no tengo idea, pero debió ser después de septiembre que fue cuando empecé a trabajar en SSA. Tenía yo un "puesto ejecutivo" en una "empresa importante" donde pagaban miserablemente mal (práctica a la fecha muy extendida, nada infrecuente) y por ello decidí regresar a las ventas. Fue en Guadalajara, en el hotel Fiesta Inn. En ese tiempo el ADSL era un esotérico intento de hacer más ancho el internety el sonidito del módem "shaking hands" era el verdadero heraldo de la modernidad (cómo disfruto narrar historia antigua de menos de 8 años que en efecto, parece paleolítico).
Como todo el día tocaba estar con el cliente, había que "ponerse al corriente con los emails" en las noches y con ese excelente pretexto podía yo tener mi dosis nocturna, muy infrecuente y ocasional, de internet. La internet por la noche me parecía diferente. Me era diferente. Desconocida, misteriosa. Me atraía mucho. Era un vicio, un vicio que solía terminar a las 3 ó 4 am, en las 6 u 8 noches entre octubre del 98 y mayo del 99 que pasé fuera de mi casa, trabajando en hoteles.
El dataport del cuarto del hotel se convirtió en fetiche cuando, en 2001, pasé unas 30 noches fuera de casa por America Látina (en las 30 noches que pase en USA casi no lo ocupaba, ya había LAN en casi todos lados). Después dejé de viajar tanto durante dos años y hace un año y medio que regresé a la errabundez ya todos los hoteles tenían acceso sea por red LAN o por WiFi. El dataport se había convertido, así nomás, en tres años, en pieza de museo.
Ahora, como sediento en el desierto que mira un espejismo de oasis, miro el dataport del teléfono de este hotel en el que me tengo que quedar por no reservar nunca a tiempo en estos viajes a San José. Y hoy compré una tarjeta de internet prepagado y volví a 1998, donde un dataport me mantenía con cierta vida, cierto contacto con aquél mundo.
Exagero, por supuesto, ya que mi grillete electrónico (ahora más poderoso y sujetador que nunca) me mantiene en constante monitoreo. Pero la Web es la web y eso aún no lo sustituye ningún cell.
Ese vínculo con el exterior mantiene mi emoción: La lista de materiales, papelería y libros, de tercer grado de primaria de Jimena Sámano Solís. Si ocupa la mitad de todos esos materiales que nos están haciendo comprar, me puedo (nos puedo, a los tres) felicitar sobradamente por la decisión de haberla cambiado de escuela y que haya sido a esa escuela. Tendré que aprender algo de francés para mantenerle el paso y practicar algo de basquet y, aunque no pienso aprender violín, sí debo aprender piano para acompañarla. 21 libros y 17 cuadernos, más uniforme, mochila, lonchera, forros de papel lustre y de plástico. Marcar todo, etiquetarlo. A esta hora, conectado y trabajando y posteando, pienso en ellas que, con emoción, están cumpliendo el ritual de velar las armas con las que Jime habrá de pelear contra el aburrimiento de aquí a junio de 2006. Qué bonita es la sensación de ceremonia compartida, hacérselas llegar, a posteriori y simultáneamente, por el data port.