Viejo, gordo, abotagado y canoso como soy ahora, alguna vez fui joven, algún día fuí el joven aprendiz, el pequeño saltamontes. Disfruté mucho mi etapa de alumno, de alma hambrienta buscando alimento. Sigo siendo un glotón y un alma hambrienta, pero disimulo mis ansias vestido de larga barba blanca.
No pasé por la edad del águila, del que elige (o se ilusiona con la elección) sus siguientes pasos. Brinqué directamente de ansioso niño caguengue a reposado whisky de 20 años. Pero en verdad que extraño mucho sorprenderme con una frase, con un acorde. De un par de años para acá sólo el cine me mueve las entrañas. Los libros me cuestan trabajo y siento a la música como una puta, puro placer momentáneo, no me deja huellas. Hice mi repaso mental y hubo tres películas los últimos 12 meses que me dejaron el tipo de huella que me dejaron mis WOM en su tiempo: Big Fish, de Tim Burton, por reflejar lo que yo creo que puede ser la relación ideal (siempre dificil, necesariamente competitiva, toda una tara de la civilización) entre el padre y el hijo varón. A diferencia de la relación madre-hija, la nuestra sana, y llega un momento, después de pasar por un distanciamiento en apariencia total, que entendemos que nos define. La relación madre-hija, en cambio, nunca reposa, es una guerra abierta y una dependencia enfermiza que nunca se alivia. Obvio que hay excepciones. Pocas, muy pocas.
Lost in translation fue otra de la que ya hablé elogiosamente antes y Eternal Sunshine of the Spotless Mind, cuyo ligero aroma a Memento pude digerir mejor que el concentrado original. Kate Winslet (siempre digo que se parece a Edith) me encanta y verla en la pantalla me apendeja (sí, más). La forma en la que caen enamorados aparentemente desde cero, pero después de haber recorrido el círculo de la relación (conocimiento.encantamiento.convivencia.desencanto) me parece la forma más realista de acercarse al "amor eterno".
Algo raro me debe estar pasando donde lo que más me gusta ya no es la ciencia ficción ni los desastres naturales sino las comedias románticas (casi tanto como esas me gustaron Something's gotta give y Love Actually) y si bien es cierto que siguen gustándome las películas de poder ya no tengo la fascinación por la épica que tuve de joven.
Edith y yo hemos cumplido, en todos los aspectos, 10 años de relación al fin en estos días (nuestras celebraciones de aniversario duran de abril a septiembre). Cuando empezamos era yo, según Wrapped around your finger, el joven aprendiz, el sirviente. No soy ahora el amo. Pero así me enamoraba, rabiosamente, furiosamente. Me envolví alrededor suyo. Ahora la amo con menos adjetivos, pero habiendo recorrido varios. Le miro las piernas como niño chiquito, buscando lo que hay más arriba y puedo abrazarla cuando tiene frío (que afortunadamente para mí, es seguido). Me gusta eso, me gusta verme en las diferentes creaciones.
Me gusta saber que mi historia ya fue contada en pedazos muchas veces, en muchos lugares.