lunes, septiembre 13, 2004

¿A que aspiramos nosotros los pequeños?

No, no me he convertido en filozapatista de repente (mi filiación política liberal es de sobra conocida). No creo en la minimización de uno para derivar lástima en la desigual lucha frente al poder. Pero sí quiero tener en cuenta el microdestino de mi vida.

Viendo anoche El Baño escuché el mejor discurso de un viejo de mi vida, que casi contradice el espíritu de este blog (parece que sí hay algún viejo sabio, después de todo): "Vete, no te necesitamos, Erming y yo estamos bien aquí, tú ya decidiste tu vida. Sé que no respetas lo que hago pero soy bueno haciéndolo, lo he hecho toda mi vida y lo hago bien. Y mi mayor satisfacción es encontrarme en la calle con algún cliente que me recuerde por el buen servicio que presto."

No haré spoilers de la película, a quien la interese que no la haya visto le recomiendo sobremanera conseguirla. Todas las críticas que encontré en internet la refieren como una apología de las tradiciones que confrontan el avance del mundo moderno. Creo que es lo de menos. El conflicto padre-hijo, el trauma y síndrome Skywalker parece repetirse en todo el mundo sin distinción del tipo de civilización.

Antes, en la tarde, había leído el diario del domingo. En el suplemento de viajes venía un artículo en primera página que comparaba los precios y servicios de los vuelos intercontinentales en primera clase de las cuatro aerolíneas europeas más importantes. La tarifa más baja, según el artículo, era por Air France, L'Espace, 6,345.00 dólares viaje redondo. Las 20 horas más caras de mi vida, si lo comprara. Entiendo que una operación a corazón abierto puede costar más que eso. Pero pocas cosas intengibles imagino más caras (las suites presidenciales en hoteles de lujo quizá, pero ahí caben 4 ó 5 ó 15 personas, aquí es costo individual y mi familia de tres representaría 20 mil dólares) y sin embargo me invadió un fuerte sentimiento de consumo. Se me antoja muchísimo poderme gastar ese dinero en eso.

¿A eso aspiramos nosotros los pequeños?, ¿a una segunda luna de miel en un crucero en los fiordos noruegos, las islas griegas o los icebergs de Alaska? ¿Ir a un Mundial o a unos Juegos Olímpicos?, ¿Vivir una cultura diferente?, ¿Tener una vejez plácida y una muerte tranquila?

Siempre creí, cuando me sonrió un poco más la fortuna, que el bienestar era una actitud. Desde que perdí mi actitud hacia el bienestar, perdí el bienestar a pesar de que sigo siendo muy afortunado en mi vida (y gozo de relativo bienestar). Hace tres años sentí que estaba perdiendo control de mi vida, de las cosas a las que aspiraba. No lo he manifestado hacia afuera, sólo Edith que me conoce a la perfección, lo siente y lo sufre. Pero hoy me siento diferente, hoy sé que aspiro a un poco de amor de parte de mi hija y de Edith, y que ganármelo es sólo cuestión de seguir dándoles amor. Sé que quiero, en efecto, una vejez y una muerte tranquila. Y eso quizá incluya haberme botado 10 mil dólares en 20 horas, pero quizá no. Y que no es importante, de momento, definir ese capricho.