"Nunca algo significó tanto para tantos". Eso dijo Martín Hernández (medio parafraseando a Churchill) en la que sea que fuese la estación de radio en la que estaba trabajando en 1999, cuando condujo un programa especial sobre el Episodio I, que estaba a punto de estrenarse.
Salvador Leal, conocido infojunkie, nerd, ñoño proud y demás autonombramientos (para mí es mi vecino), tuvo a bien filtrarme información privilegiada sobre la siguiente portada de Vanity Fair la semana pasada. Es decir, la edición que circularía a partir del martes que tiene en la portada un poster invaluable: Los protagonistas de las seis películas (menos el difunto Sir Alec Guiness). Después de dos días de cacería en cuanto Sanborns se me atravesó en mis trayectos, he logrado darle caza a uno de esos ejemplares.
Al principio fue el espacio. Luego fue el sentido de pertenencia. Mi papá me compró los libros de las primeras dos películas y me sentí parte de una logia masónica. Yo sabía cosas que muy pocos sabían. Sabía quién era Biggs, el mejor amigo de Luke en Tatooine. Sabía de Jabba the Hut antes de que lo integraran al elenco de Return of the Jedi. Sabia cuánto le debía Han Solo y la recompensa que ganó Boba Fett. Todo antes de 1983 y la apoteosis que inundó el mundo con el final de la primera trilogía.
No fui, como el portero o logovo, fanficcero. Era yo coleccionista moderado, no tengo muchos juguetes de los originales. La relación con Star Wars fue mucho más sentimental que de fan. Mi principal guía era Yoda y sus palabras, todas, en The Empire Strikes Back. Y sí, también fui víctima de la relación de canibalismo con mi padre. Si yo quería ser alguien, tendría algún día que matarlo y salvarlo.
Así ocurrió en 1988 cuando destruí y salvé a mi padre. Él también se identificaba con la trilogía. Yo fui Luke en ese año y él, desde entonces, es Darth Vader. A la fecha, para no referirnos a él, así le decimos entre mis hermanas y yo. Ahora trato de ser Yoda. Y Jime fue Anakin hace años, y la vida, la mía, la de tantísimos millones de personas en todo el mundo, está marcada, poco, mucho, casi nada, enteramente, desde hace 30 años, por Star Wars.
Debo mencionar que desde el 99 odio a George Lucas. Jar Jar Binks me hizo odiarlo. Primero un odio como el que Luke le tuvo a Vader cuando se metió en sus pensamientos y descubrió que Leia era su hermana. Ahora no, ahora lo odio con sabiduría Sith. En el libro de Return of the Jedi se explica la idea: Palpatine siempre supo lo que los demás no querían admitir, que las fuerzas oscuras SIEMPRE son más poderosas. A Palpatine lo venció su soberbia, no Vader. Vader aprovechó su debilidad, su soberbia, pero en poder, y eso creo que se verá en mayo, Palpatine es el más poderoso. Los demonios de Lucas terminaron por imponerse. Por eso la segunda trilogía, con mucho más talento actoral que la primera (y que me perdone mi primera musa onanista, Leia Organa de Alderaan) es mucho peor.
Y eso, siendo Yoda como soy ahora, me duele.