Ayer estuvimos en el Museo de las Ciencias de la UNAM, Universum. Es un lugar magnífico para pasar la tarde con niños por lo bien montado que está. Jimena se divirtió bastante y nosotros (Edith y yo) encontramos una vieja conocida del trabajo en el que nos conocimos y que ya tenía casi 10 años que no veíamos.
Tengo el terrible defecto de analizar todo a la luz de la actividad económica. Una parte del museo tiene una exhibición de física cuántica. Contadores Geiger, simulaciones del espectro de diferentes gases, cajas de luz, rayos láser y otros artilugios que ilustran un poco de la física cuántica. Pero en mi opinión la joya de la sala es una serie de carteles en estilo cómic que explican, de alguna forma, principios básicos de mecánica cuántica, como el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, el efecto fotoeléctrico, la composición de las partículas subatómicas y la fusión nuclear. Los carteles son una joya: en un par de diálogos explican conceptos que toma semanas entender a estudiantes de secundaria y bachillerato. Y lo que me sacó de onda fue que no tuvieran créditos. Es decir, no dice quién los hizo, quién los concibió, quién elaboró los "monitos", nada.
En la sala de química hubo una pequeña plática que dio una becaria (lo sé porque traía su gafete que decía en letras gigantes "becaria") que no ha de tener nombre, porque ni se presentó, ni en su gafete venía su nombre. La plática estuvo excelente, hizo algunos experimentos de oxidación, de reducción, explicó la generación de energía en reacciones químicas, etcétera. Además, nos cayó muy bien la muchachita porque le puso mucha atención a Jimena (y la enana se veía cómica entre puro estudiante de secundaria y contestando antes que ellos). Pero al terminar su plática solamente Jime se le acercó para darle las gracias y la becaria se esfumó sin decir agua va.
Ambos hechos me parecieron muy significativos. La costumbre de no dar el crédito correspondiente a las personas que hacen ciertas actividades. Es como socialista, donde el mérito (y la culpa, las más de las veces) la lleva la institución y el individuo simple y llanamente no existe. La costumbre corporativa es similar, pero enfocada al individuo, el líder (dueño, jefe, CEO) de la empresa lleva las medallas y la tropa es desconocida. Eso empieza a cambiar en la corporación, pero a un ritmo apenas perceptible. Es decir, ya hay un reconocimiento al mérito individual, pero suele ser pequeño comparado con el culto a la personalidad que normalmente tiene el CEO.
Wired decía al principio de la revolución del internet que la moneda del siglo XXI serían los "eyeballs", las pupilas. Entre mayor atracción se generara, entre mayor atención se tuviera, mayor sería la riqueza de la institución, la empresa, el individuo. Adiós al anónimo creador que en la soledad de su escritorio, estudio o laboratorio forjaría un prestigio que duraría siglos. Lo importante no es poner el huevo sino cacarearlo. En México, por lo menos en el DF, no estamos preparados aún para ese tipo de sociedad, nuestra idiosincracia choca frontalmente con ella.