Esta noticia inflamó duramente mi ego hace un rato. De la blogósfera sé de un vecino que comparte este privilegio y de un viejo colega que trabaja-vive en esta demarcación.
En realidad me entusiasmé tanto que pensé en hacer un post dedicado a este asunto. Me autojustifiqué diciendo que es un orgullo que pueda yo, de alguna forma, ofrecerle a mi hija el vivir y crecer en un lugar que, bajo esta medida, resulta ser el mejor de México. Eso es algo para presumirse, para contarlo y explicarlo urbi et orbi
Pero a raíz de esta entrevista, este post y este debate, creo que lo que toca es un profundo examen de conciencia sobre el papel del ego.
No puedo teorizar sobre el narcisismo que encierra el mero hecho de tener un blog. No comparto esa teoría. Creo más bien lo que dijo Judith relativo a que lo que no se debe hacer es "atar" el ego al blog. Pero lo que no dice Judith es cómo "desatar" el ego del ego. A mí mi "yo" me estorba muchas veces, me quita mi razón, me la esconde, la distorsiona. No me deja ser todo lo cool y amigable y buena onda que me gustaría. Me convierte en un monstruo de sarcasmo, ocurrencias baratas, autoproclamaciones sublimantes (no existe la palabra, pero la idea es esa). Me convierte en alguien que no me gusta ser.
No me gusta marcar mi yo por lo pequeño que me siento frente a los gigantes y lo torpe que soy pisando a los pequeños. No me gusta marcar mi yo porque me hace sentir más necesidad de ser amado que de amarlas. No me gusta marcar mi yo porque me da la sensación de que, como en El Perfume, en cualquier momento la Humanidad, con todo derecho, querría comerme hasta la última célula.
Somos antropófagos todos, cuando vemos el amor de los demás, queremos comerlo. Llenar nuestros vacíos. Vemos al otro abusar y envidiamos, codiciamos su descaro para el abuso.
Hoy me opongo a eso. Hoy no quiero poner el orgullo en el nombre del amor.