miércoles, septiembre 28, 2005

Educadores

De algún modo extraño, orgánico quizá, Edith me enseñó que la mejor forma de empezar a contestar una pregunta de Jimena, desde que empezó Jime a hacer preguntas, era con otra pregunta: "¿Tú porqué crees?". Al observar, aprender y repetir, se nos hizo hábito tratar así todas las preguntas de los niños a nuestro alrededor. Yo siempre he creído que es la mejor forma de abordar las dudas de los niños pero este post (de uno de mis top 5 blog favoritos, cuando postea) sumado a mi propia experiencia con mis sobrinos, me produce cierta desesperanza.

Edith tiene vocación de maestra y desde niña destacó en su barrio (pueblo, colonia) por su capacidad para explicar lo más dificil de la forma más sencilla. Tener una "maestra" así, combinada con mamá, ha hecho que Jimena no sólo no tenga miedo de preguntar nada sino que es descaradamente preguntona. Yo he ido aprendiendo a tratar esa curiosidad infinita. Al principio me costaba trabajo porque ni remotamente puedo competir con Edith en poner en palabras sencillas conceptos complejos. Yo soy muy enredado y divago por medio universo antes de llegar al punto donde quiero llegar, y, típico, llego tan cansado que ya ni sé cuál era el famoso punto.

Pero descubrí que el viaje, ese estilo de "viajar" para dar una respuesta, era tan atractivo para Jimena como las respuestas poderosas y sencillas de Edith. La curiosidad no tiene límites ni ha muerto Miguel. Lo que sí es tristemente cierto es que el hábito, la costumbre, el gen de la curiosidad en los niños es muy fácil de "adormecer". Mis sobrinos, con los que tengo buena relación física y emocional (son pequeños, de dos, tres y cuatro años) no sólo no son curiosos sino que "rechazan" la plática, el cuestionamiento. No siempre, no todo el tiempo y por supuesto que surgen chispazos de la curiosidad, que es como "física". Pero a la hora de tratar de interactuar con ellos un poco más, las otras costumbres brincan, y no son muy receptivos a diferentes formas de tratar con su curiosidad.

Edith puede casi siempre sacarles plática y explicarles cosas. Si logra sumergirlos en un ambiente "propicio" claro que puede despertar esa curiosidad dormida. Pero no debería ser necesario un talento especial (como el de Edith) ni un ambiente especial para lograr eso. Es triste que la gente no se haga preguntas, pero es mucho más triste que los niños no hagan preguntas. Los adultos tienen, en teoría, la capacidad de elección, hacerlas o no (condicionados por su formación, cierto), pero los niños deberían ser premiados por sus preguntas (aún las que parecen chistes, bromas, absurdos) y no, como son, reprimidos.