Y nunca, jamás, ocurrirán antes...
Una de las razones de la germanofilia propia de la mayoría de la clase ilustrada mexicana es la admiración por la precisión teutona. Las cosas ocurren en el momento exacto en el que deben ocurrir y con calidad sobrada. Todo funciona como debe y, frecuentemente, mejor que eso. Además, como todo ocurre de acuerdo a un orden racional o, incluso supra-racional (whatever that means) tiene su explicación y, en caso de falla, también su reparación.
Aquí no. Ni en casi ninguna otra parte. Lo que los alemanes parecen alcanzar de manera natural, como si fuesen un sólo individuo, a los nipones les ha costado una tasa de suicidios sin paralelo en el Primer Mundo. Una tensión constante, un trabajo similar al de las hormigas, muy superior a sus fuerzas y basado en una autodisciplina y responsabilidad mucho mayor (y quizá psicológicamente intolerable) que el resto del mundo. Muchos países del mundo se acomplejan ante la precision germana. Quizá Suecia y Holanda no, y GB y Francia, aunque envidia sí tienen, han encontrado su forma de suplir y competir contra eso.
Pero es el benchmark, y todos se miden contra eso, Italia y España los miran "para arriba". México, que es una especie de Italia pero a lo bestia, ni se diga. Aquí las cosas ocurren mientras se puede, pero el problema es que el tiempo de ese "mientras se puede" suele ser enorme, y las cosas, gaseosas, se esperan hasta el último momento posible para ocurrir.
Yo sé que uno puede y debe incidir, trabajar para que las cosas ocurran, y que ocurran a tiempo. Pero mi genética no me ayuda. No, no es culpa de mis antepasados. Es mi responsabilidad. Pero me pesa, ayer me pesó y por eso me quebré. Las cosas buenas no han ocurrido en el tiempo ni en la forma en la que las necesitamos. Las cosas malas, típico, aparecen justo cuando menos podemos afrontarlas. Ayer decidí que no quería resistir más. Hoy puedo volver a resistir. Eso espero...