Aunque acaba de terminar su cuarto año escolar (sí, ya el cuarto) Jimena está pasando por su primer verano, propiamente dicho. Las vacaciones anteriores, las del kinder, eran apenas unos días más en los que no iba a la escuela. A pesar de tener una disciplina muy relajada, este primer año de primaria fue ya, propiamente, un trabajo escolarizado.
Quizá esa falta de disciplina es la que la tiene así, desorientada. Cierto que está en el divertidísimo curso de verano que Edith está haciendo en el changarro y que incluso algunos de sus compañeros de escuela son sus partners in crime en el curso, pero no es lo mismo. Ahora que se debate la Reforma Educativa (como tantas otras reformas) se habla del poquísimo trabajo escolar que se hace en México. Los niños van 4.5 horas diarias a la escuela primaria, en tanto que niños en Argentina, Chile y Brasil andan en 6 y hasta 8 horas!. Jime, afortunadamente, por lo menos dedica 6 horas a su escuela.
Ya no se trata, creo yo, de la ñoñez (palabra en franco desuso, según Edith) de querer seguir en clases cuando es época vacacional. Se trata del cambio de ritmo. De la percepción de su papel como persona, como niño.
Jime tiene mucha "conciencia de género", pero no tanto en el género femenino (que sí la tiene y defiende el derecho de las niñas) como de "gremio" de "la edad". Su firma en su email es "A los niños nos encanta compartir, comparte con ellos". Sin hacer lo que un niño se supone que hace (estudiar, formarse, aprender a convivir) se siente completamente desorientada.
Seguro que unas buenas vacaciones en la playa no le caerían mal, pero de momento no se puede. Además, no creo que una semana playera resolviera ese estado de ánimo tan extraño que carga a últimas fechas. Le falta eso, ejercitar su papel, ser niña. Ayer, anoche, por primera vez en seis años, pidió dormirse ella sola. Pasa ahora demasiado tiempo con Edith. Quiso dormirse por su cuenta, sin que le leyéramos algo en lo que se queda dormida, como lo hemos hecho desde hace seis años.
Tiene el ánimo alterado, el berrinche a flor de piel. Todo la pone sensible, cualquier cosa. No se aguanta ni ella misma. Hasta parece que hablo de un adolescente de doce años y no de una niña pequeña de seis.
Otro problema que siento que ocurre es que, al estar bajo vigilancia de Edith, ha perdido algunos, varios, muchos de sus secretos, de sus otros disfraces. Ahora sabemos cómo interactúa con sus amigos. Edith me lo comenta en las noches, casi todos los días. Las poses que adopta, la forma como elige relacionarse con cada uno. A nosotros nos ayuda para saber lo que no nos platica, completamos la radiografía. Pero quizá sea demasiada intromisión.