martes, octubre 18, 2005

Transmutando los horarios

Desde la entrada de Jimena a la nueva escuela he estado lidiando casi a diario con algo que ya había olvidado por completo, que es para mí lo más cercano a una pesadilla: Levantarme sin luz de día.

Desde que vivimos juntos Edith y yo, quizá un poco antes, que de ñoño impretérrito pasé a empleado desobligado, había decidido disfrutar de permanentes vacaciones de madrugar. Mi historia madrugadora data de la primaria, en la que "la combi" pasaba por nosotros a las 6:45 am ya que éramos de los que vivíamos más lejos de mi escuela, la Amado Nervo. En Secundaria, ya en el Tepeyac, el autobús pasaba por mí a las 5:50 am por lo que yo debía levantarme a las 5:20 am, era el segundo en la ruta y, a pesar de no ser tan sociable, casi nunca me dormía en el autobús escolar. La Universidad fue, sin embargo, "La Peor de Todas". La UIA está a 45 kilómetros de Bosques de Aragón y yo me transportaba en pesero (Ruy Feben ya describió el viaje) y en metro. Para llegar a las 7 am (sí llegaba) tenía que salir a las 5:15 máximo y por lo tanto levantarme 4:30 am. Eso sin contar que tenía horario mixto y que llegaba a casa, casi todos los días, pasadas de 11:30 pm.

Así que cuando se acabaron esas responsabilidades horarias decidí que "nunca más". Por lo menos durante 10 años logré mantener mi promesa. Hace casi dos meses, la única fuerza con suficiente poder en el Universo me hizo romperla: Jimena.

De niño, los años (algunos, intermitentes) que mi padre nos llevaba a la escuela me chocaba que nos llevara "en pants" recién levantado y con lagañas en los ojos. En silencio, dentro de mí, lo reprobaba. Por fuera había que aceptar la versión oficial: "Tu padre trabajo mucho y siempre llega muy noche y cansado". Y de cierta forma lo compadecía. De dejarnos en la escuela se regresaba a casa a dormir hasta las 9 ó 10 am y a esa hora se bañaba, desayunaba, para llegar a "la fábrica" a las 11:30. Siempre llegaba a casa, en las noches, pasadas las 11:30 pm. La "historia oficial" era que tenía que vigilar la entrada del último turno de los trabajadores. La historia real era que se iba a su "casa chica" a estar con su otra familia en las tardes-noches y que, dejando dormidos a sus otros hijos, se salía para irse a mi casa.

Por esos traumas tontos y porque la escuela de Jimena está más cerca de mi oficina que la casa (7 minutos vs 14 minutos) he decidido que la mayoría de los días acompañaré a Jimena a su escuela ya con todas mis fragancias matutinas cambiadas y que de ahí vendré para acá, para mi oficina. Aunque me daría perfecto tiempo de regresar a mi casa a bañarme, desayunar, etc., he optado por hacerlo pocas veces.

Y así, lo que antes eran noches en la oficina, tratando de sacar pendientes y subiéndole al Musicmatch (tengo iTunes, no me gusta usarlo) ahora son mañanas desoladas, de atestiguar cómo abren los Starbucks y los Dunkin Donuts de Insurgentes (Vips abre inusitadamente temprano), de cómo se montan los puestos de jugos y "desayunos" en las esquinas estratégicas de esta, mi avenida. Contrastándolo con mi experiencia en los lugares de operación de los "alcoholímetros", los antros y las horas en que empiezan a abrir.

Pero sobre todo, me empiezo a sentir diferente. Supongo que son fases y los horarios no son aún tan dramáticos como cuando era universitario. Pero ya llevo un mes sin pasar de las 1 am de hora de dormir, cuando antes era mi hora casi típica. Es interesante atestiguar, en uno mismo, nuestra condición animal y cómo pasa uno de tecolote a gallo, de murciélago a palomo.