Esta semana que pasó estuve tan enfermo como no había estado en 12 años, desde que tuve algo parecido a fiebre reumática. La diferencia es que, por mi trabajo, no me pude quedar en mi casa ningún día a "sudar la calentura" y la estuve sudando por toda la ciudad. Edith se espantó bastante porque dijo que nunca me había visto así. Pero de alguna forma lo consideré normal puesto que la gripa solamente se cura con descanso. Siete días con medicamento y una semana sin medicamento, se dice que dura.
Ahora sólo traigo una tos medio de perro. Jimena se me pudo acercar poco y nada y creo, espero que no, que de todos modos algo le contagié. Los cuidados de Edith fueron, por supuesto y como de costumbre, magistrales. Sentí feo preocuparla tanto. Pero ella entiende que también fue la falta de reposo y el salir a la calle de mañana y andar con aire acondicionado en la oficina, y varios etcéteras. De hecho, salvo lo indispensable por el trabajo, no le jugué para nada al vivo ni al mexican macho, me quité mi complejo de "cucaracha humana" a la que no le afeta nada y que puede sobrevivir radiación atómica y me tomé mis medicinas con escrupulosa y ejemplar regularidad.
Pero la conciencia de Jimena fue la que me volvió a sorprender, para variar. La conciencia de dejarme descansar en las noches, aunque se moría por jugar conmigo un rato, la conciencia de no platicar en las mañanas en el coche para que no hiciera yo esfuerzo. La conciencia plena del cuidado al enfermo por encima de sus naturales impulsos de niña de seis años. Me espanta y me fascina ese control que puede llegar a demostrar. Sus primos, en especial su primo Emilio, están en edad salvaje, casi tres años. No miden sus fuerzas y juegan pesado y son latosísimos. Y Jimena les tiene toda la paciencia del mundo. Yo mismo, que me considero paciente con los niños, les doy por lo menos un buen regaño cada que los veo. Jimena no. Es como instintiva su forma de desarrollar un equilibrio con su ambiente. No quiere decir que siempre lo haga, pero siempre que quiere, puede hacerlo. Igual es con sus amigos, conforme sus diferentes estados de ánimo, ella acopla, brinca, se solidariza, regaña y comparte, según sea el caso y la necesidad.
Yo quiero que Jimena conserve ese instinto. Que lo enriquezca con su poderosa mente pero que, principalmente, lo mantenga desde su origen: Su hermoso corazón.