Cada que puedo caminar (siempre puedo, no lo hago por flojo) me doy cuenta de lo mucho que pierdo andando en el coche. En la mañana me tocó levantarme tempranito a comprar una medicina para Jimena y había dejado el coche en la oficina puesto que mi estado inconveniente no me permitía manejar. Así llegué al Walmart de Plaza Universidad caminando poco más de 800 interesantes metros desde la casa de todos ustedes (sí, estoy mal, si hubiera tenido a Control me hubiera ido en coche para recorrer 800 metros... es embarazoso reconocerlo) convertido en paleta de hielo andante (eran 7 y pico de la mañana, ni tan temprano) y habiendo notado lo populares que son los audífonos ahora y que no eran en mis tiempos de pedalista.
No sé qué tipo de dispositivos tengan(radios, mini disc, mp3) pero lo cierto es que no distinguen profesiones, oficinistas, albañiles, secretarias, basureros, todos con audífonos. Me llamó la atención el aislamiento que producen porque yo mismo llevaba mi pequeño MuVo y casi me chuta un vocho-taxi por ir "en mi onda". El camino que escogí de ida me resultó, además, toda una sorpresa, porque es un callejoncito que yo había notado que existía pero que no sabía que llevara a ningún lado. Con un espantoso olor matutino a miados y coladeras (a metano, dicen los que saben) pero que es muy característico de las calles chilangas a esas horas y que me provoca, lo noté hoy, una melancolía por los tiempos de peatón.
La calle nunca fue punto de encuentro de nada. Yo siempre, sin usar audifonos ni celular, iba en mi onda. Nunca ligué, platiqué o conocí a nadie así de súbito en la calle. Llevo 33 años caminando solo (32, supongo que no nací caminando) pero creo que los audífonos acentúan esa soledad. Es síndrome de ciudad, el ir cada quien en su carril. No me molesta, me gusta notarlo, me ha gustado vivirlo. No me gusta la vida en rebaño. Pero me preocupa la gente que no sabe llevar su soledad.