Algunas de las niñas de la oficina se trajeron sus ropas de gala (no de estricta gala, pero vienen bien arregladitas) porque hoy es "la comida de fin de año". Cuando era niño, mi padre tenía la "autorización" de mi madre de no llegar a la casa justo ese día, el "día de la comida" porque era el único día en el que, en teoría, mi papá se ponía borracho. Ahora sabemos que mi papá no se ponía borracho ni siquiera ese día, sino que lo aprovechaba para irse con su otra señora por lo menos un día al año.
Yo llevo ya unas 12 ó 14 ceremonias de este tipo. Unas mejores que otras. Parte de estos ritos son las famosas rifas. En todas las empresas se organizan. Es una copia chafa del "pan y circo" pero ayuda a corroborar el dicho que dice "desafortunado en el juego, afortunado en el amor" o algo así. Por lo menos en mi caso.
Después viene la gran fiesta, ponerse ebrios hasta la ignominia (o un poco menos) y decirse las cosas, buenas y malas, que en su juicio la gente de la oficina no se atreve a decirse. Es fin de año, es hora de hacer cuentas, sumas y restas. Lo bajo de nuestro nivel de aritmética se demuestra ahí, y más estando borrachitos.
Como las comidas empiezan temprano, acaban con uno temprano. Los de "carrera larga" se la siguen en otro lugar y los que no tenemos callo nos regresamos, con muchos trabajos y cuidados, a nuestras casitas. La cruda, si bien fuerte, no es nada comparado con la cruda moral de ser como uno es frente a sus compañeros cuando le ha costado un año de actuaciones y disimulos que se hagan otra idea de cómo es uno.
Yo por eso no había bebido mucho en ninguna de las comidas de fin de año. Por seguirla con los de carrera larga y cuidarlos también y por no hacer osos. Hoy, ayer, ya no sé en qué día vivo, los hice. Dije chistes que nadie entendió, canté canciones que nadie conocía e hice discursos que todos olvidarán. Espero que todo eso, como la vida, pase pronto, rapidito.