Paty me llamó el domingo 18 de febrero en la noche muy alterada: "Me urge que hablemos tú, Laura y yo, el próximo sábado en la noche". Yo estaba en pijama (pants viejos, playera vieja), creo que arrullando a Quimo, no para dormirlo, pero como parte del descanso que de repente consigo.
Estoy acostumbrado a esos desplantes, esas urgencias, esas formas. La conozco y mentiría si dijera que no me importa. De hecho me duele en el alma, por ella y porque no me gusta que ella me trate así.
Solo suspiré y le dije "¿a qué hora?", "noche", me contestó, irían al concierto de Jaguares juntas y querían que pasara por ellas para cenar y tomar un largo café. Le llamé a Laura pero estaba vigilada y no me pudo decir nada de lo que se trataría la plática. Mi único día de descanso (levantarme tarde el domingo) se vería truncado por una desvelada segura. Sin poderme contener, cuando llamó para confirmar, ese mismo sábado, le dije que nos veíamos por solicitud y necesidad expresa, específica de ella y que yo no esperaba obtener nada de esa plática. Ese día llegué a mi casa pasadas las 4 am y sin una gota de alcohol en el cuerpo, cansado de hablar pensando (o lo que más se acerque a eso de lo que yo sea capaz).
Desde hace unos cinco o seis meses he sido testigo de un fenómeno maravilloso, la construcción de una relación que, en promedio, para cualquier ser humano, es la más larga en la vida: Joaquín haciéndose hermano de Jimena.
Cursi como soy, durante el embarazo le decía a Edith en las noches: "Imagínate cuando Joaquín tenga dos o tres años y vea a su hermana llegando toda sudorosa de sus prácticas de basquet o perfectamente arregladita para un recital de violín". Eso lo pensaba yo imaginando que, siendo Jimena como es, Joaquín la adoptaría como "modelo a seguir" con facilidad y enorme admiración.
Me quedé muy corto. Joaquín está cumpliendo nueve meses y en realidad, lo extraordinario ocurre cuando Jimena se encuentra con él y se ponen a jugar juntos. A compartir su tiempo, a llenar sus espacios infantiles, a mirarse a los ojos con sonrisas y carcajadas. A aprender juntos, a ver la tele, a escuchar a Cri-Cri. A sentarse a comer, a cenar, a desayunar. A picar el avispero y hacer rodar los engranes y patear pelotas. Se suben al coche y se quedan dormidos, se dan besos, se gritarán algún día, se adoran. Ocho años de diferencia, que nosotros pensamos serían una barrera gigante, han resultado ser días, nada. Los Sámano Solís son dos de la misma especie.
Recuerdo la construcción de mi noviazgo con Edith y luego la construcción de mi matrimonio. Ambas fueron etapas maravillosas y sin embargo la "construcción de la hermandad" interpretada por Jimena y Joaquín, resulta ser poesía de vida de la más exquisita y rara especie.
Hablamos mucho Laura, Patricia y yo. Faltó Guadalupe, la extrañé. No soy buen hermano, no cuido que las relaciones filiales se mantengan. Pero las adoro locamente y sé que ellas, aunque lo nieguen, lo saben. Ellas saben todo lo malo de mí y eso me espanta. No puedo evitar mirar ese espejo, lo malo de mí, cuando me veo en sus ojos. Ni lo soporto. Es ahí donde vive mi miedo.