lunes, febrero 19, 2007

El desierto

Yo leí Pedro Páramo muy chico y solo recuerdo que me dejó un vacío en la panza (ese lugar indefinido que unos llaman estómago, otros intestino y otros, los dos). El otro día, en diciembre, viendo Babel, sentí lo mismo. Con todos esos dramas, todos trágicos, el que más me produjo sensación de vacío fue la combinación de los niños abandonados y la nana que, con un solo acto irresponsable, borraba toda seña de amor que muchos años de devoción pudieron haber dejado en los niños.

No estoy "por la labor" de juzgar o calificar la calidad artística del filme. A mí ese argumento y ese cine me conectan directo a mis neuronas del bulbo raquídeo, ni siquiera las puedo procesar, solo me afectan. No tengo la capacidad (ni el deseo, o el deseo) de hacer un ejercicio intelectual con el mensaje ni con la forma de transmitirlo. En mis venas corre sangre melodramática y el arrepentimiento y la culpa son mi mayor trauma. La gesta heroica de recorrer el desierto de 50 grados al borde del desmayo por deshidratación para salvar a los niños, para lavar el error, no purgan un centímetro de culpa. Ni una décima. Todo el amor del mundo no puede quitar la culpa.