Si me estiro puedo llegar lejos. Puedo buscar blogs indonesios o filipinos redactados en un inglés poco o nada comprensible. Si me armo de paciencia y llego a estirar el tiempo puedo tratar de leer blogs franceses, o Le Monde. Pedirle a Google que me traduzca algún blog alemán.
Si me estiro puedo concluir que no necesito perdonar a mi padre por nada. Él ha arreglado ya sus propias cuentas y vive sin poder ver a sus hijos. Lo que ahora padece, como lo que antes padeció, no es consecuencia de sus actos anteriores, sino de sus decisiones actuales. Hay cosas que no puede cambiar, pero las que sí puede no ha querido hacerlo.
Si me estiro puedo tratar de hacer un manual para vivir la vida feliz y hacer mucho dinero con ello.
Si me estiro puedo conservar amistades que no me interesa conservar, convivir con gente que no quiero convivir, trabajar con gente que no quiero trabajar.
Si me estiro alcanzo a ver desde arriba, las cabezas, las azoteas. Desde adelante, los tiempos y los destinos. Lo que pasará por lo que ya pasó.
Si me estiro logro entender algo de la música del 100.9, pero no logro que me guste.
Si me estiro llevo a más las ideas que brincan como chapulines, la necesidad de repetición y la no necesidad de repetición. Las canciones que escuchamos mil veces y las que, gustándonos, nos basta con una vez cada tres años para seguirlas queriendo.
Tal vez por eso las amo tanto. Si me estiro, Edith y Jimena están ahí. Si no me estiro también están ahí. Nunca he podido decidir estirarme, nunca lo he decidido. Cada vez que me estiro es porque la vida me pone en el potro. Creo que no me gusta decidirlo pero sí me gusta que pase.
En realidad me gusta amarlas sin estirarme.