Coincidimos en la inocencia de la gente. Por mi cabeza, de momento, solo transcurren números y responsabilidades. Estoy emocionado por lograr algo que no sabía yo que quería, o por lo menos no sabía yo que lo quisiera tanto: tener una propiedad, un inmueble, un bien raíz.
Siempre me he sentido orgulloso de mi naturaleza errabunda, vaga, con poco apego físico a casi nada. Ahora me descubro ansioso de tener la posibilidad de tener algo así, tan físico, y que para muchos es tan emblemático como “un lugar”.
Quería reanudar mi narración sobre mi hija. Jimena estudia ahora mismo oratoria, francés, violín y básquetbol además de la primaria bilingüe. En mathematics le están enseñando funciones y álgebra y en español la regañan por usar notaciones algebraicas en lugar de la rudimentaria “x” para indicar el producto: “no te adelantes Jimena” es la eterna instrucción…
Y sin embargo ya se está adelantando. Ya empezó a escribir y aunque es un bebé tropezón en términos de escritura, ya se adivinan toques de genialidad en la construcción de sus frases. Ya no me toca escribir sobre Jimena, el tema “Jimena” debe abandonar mis letras públicas (lo poco público, lo ya casi nada público que es este lugar) porque, de momento, le toca a ella contar esta parte de su historia.
No me gusta pensar o poner los eventos en términos de parteaguas, de hitos, porque sencillamente no creo en ellos.