jueves, febrero 16, 2006

Reafirmando nuestra identidad

Somos cutres, surrealistas y feos, con mucho humor negro en México. El asunto del gobernador de Puebla (leí a Dehesa en la mañana y fusilo: "si no es un vil truhán, qué desperdicio de cara") asociado a un sospechoso de pederastía y puestos al descubierto ambos por una periodista (de esos que están asesinando por racimos en México), Lydia Cacho muestra claramente nuestra forma de adoptar corrientes mundiales.

El "escándalo Mahoma" ha traído mucho debate a la mesa, incluyendo la censura al caricaturista Paco Calderón por parte del Grupo Reforma. Me interesaba comentarlo pero, como siempre pasa cuando uno deja pasar el tiempo, alguien con quien suscribo mucho y seguido, lo ha hecho ya y mejor léanlo a él. Lo que Casciari no comentó (porque no lo sabe) es la forma peculiar de tropicalizar ese asunto (más el de la libertad de expresión que el del humor) aquí, en la tierra donde "la vida no vale nada".

En muchos lugares del mundo están descubriendo que "dar la vida por un ideal" no sirve de mucho, o quizá de casi nada. En México todavía no nos enteramos. Aquí seguimos pensando, abierta y/o secretamente, que vale la pena dar nuestra sangre en aras de un ideal (sí, amadonervista mi escritura hasta el tuétano). No estoy seguro que eso esté mal puesto que se ha demostrado que nuestra población sigue creciendo (lo que también puede hablar de una falta de ideales) pero lo que sí es seguro es que nuestra vocación para el heroísmo cada momento se hace más (si se pudiese medir en grados) anacrónica.

Lo mejor de esta telenovela es que en realidad no ha terminado. De momento se está notando más que sirve más una periodista viva (que da entrevistas por todos lados para dar a conocer, más, lo que ya había dado a conocer con su libro) que periodistas muertos. Pero los idiotas con cuchillo, como dice Casciari, también se están multiplicando de forma alarmante y es ahí donde en México, creo yo, estamos fallando. Estamos dejando que se abra una brecha demasiado grande entre los que nos gusta reirnos y "tratar de ser libres" y a los que eso les vale madres. Sé que no es sino un síntoma de nuestra verdadera enfermedad, pero no estoy seguro si vale la pena atacar el síntoma para hacer inocua la enfermedad en lugar de devanarnos tanto el seso tratando de encontrar (por siempre, seguirlo debatiendo, seguirlo buscando) el famoso "verdadero problema".