domingo, enero 07, 2007

Volando de nuevo

Anoche, después de la noche de Reyes tuvimos una plática de ajuste familiar. 2006 fue un año donde tuve que poner muchísimo pellejo en juego. Lo debía. Quiero decir, tenía un pasivo acumulado y 2006 fue un año de pagar lo que debía. No terminé de pagar pero estoy negociando no tener que pagar todo lo que me falta en 2007.

El pasivo, la deuda contraída, era tiempo de mi trabajo. Gracias a mis clases de mecanografía en la secundaria y a mi necedad autodidacta en el inglés he desarrollado habilidades (en el sentido anglosajón de "skills") que me dan la capacidad de hacer una cantidad determinada de trabajo (mucho, un chingo) en poco tiempo.

El drama Spiderman sobre el poder y la responsabilidad me han hecho creer que yo tenía una deuda con mi trabajo, deuda que se había ido acrecentando durante los últimos, digamos, 15 años de mi vida laboral. De hecho son 18. Nunca, en 17 años, había yo sentido que trabajaba a toda mi capacidad. Siempre sentía, sabía, me remordía la conciencia, de malgastar horas valiosas y preciosas de trabajo en nada, Il dolce far niente. Y llegada la hora de salir, me aplicaba y sacaba en dos o tres horas lo que debía haber hecho durante el día. A veces menos, a veces más. Nunca me supieron pesado esas horas extras.

No es que sea un chingón o un genio. Solo escogí una profesión en la que no es necesario, muchas veces, trabajar a full. Las ventas son un oficio muy noble, no me canso de repetirlo, porque es el único trabajo oficinista en el que te pagan lo que trabajas: Trabajas poco, te pagan poco, y conforme vas trabajando más, ganas más.

El chiste de las ventas es, pues, trabajar como loco frenético, como judío, como avaro, como Bill Gates o el Sr. Burns. Así, se puede ganar buen dinero.

Y de repente, casi sin darme cuenta, el trabajo necesitó más de mí que yo de él. El problema es que yo no sé decir que no a ciertas cosas. No supe o no quise, ya lo he escrito. Y además, se lo debía. Gran poder viene con gran responsabilidad, Peter Parker.

No se puede salir bien librado de esto, de una locura frenética, de más de 200 jornadas de 16 horas o más de trabajo en un solo año, cargadas de auténtico trabajo, 30 viajes, incontables cenas y desveladas seguidas de madrugadas de revisión de correos. Y la verdad, el daño no fue tanto. Jimena está desajustada, pero no es nada que no podamos corregir aún, con amor y dedicación. Edith ha tenido que rifársela con Quimo y Jime prácticamente sola y está agotada. No es lo mismo los tres mosqueteros… Nada que no se pueda corregir con algo de descanso.

Quimo va bien, pero ya proyecta esa energía infantil que se retrata bien en "Los Increíbles", ya nos cansa y todavía no termina de aprender a caminar (es un as de la andadera y es muy independiente).

De primero de primaria a tercero de secundaria no falté a la escuela ni un solo día. Ni uno solo. Con fiebres y calenturas, con gripas y diarreas, con lo que fuera que no fuera demasiado infeccioso (solo tuve sarampión y varicela antes de los 5 años) siempre fui a la escuela. Soy, lo he dicho también, esclavo de mi deber (ñoño, dicen). En Preparatoria falté quizá alguna vez por enfermedad, no estoy seguro, aunque recuerdo que mi única pinta, ir a comprar boletos para ver a Rod Stewart en Querétaro, terminó en catástrofe, como terminaban, según yo, todas las "cosas malas", el amigo con el que fui desbieló su coche. De los 18 a los 22 solo falté a la universidad y al trabajo un miércoles y un jueves de semana santa (sí, de hecho no falté a la universidad) porque me dio algo parecido a fiebre reumática. Tenía todas las articulaciones de las extremidades inflamadas y no puedo decir que estuve cerca de la muerte, pero es lo más cerca que he estado.

A los 22 años una hermosa jovencita blanca de ojos grandes me rompió el corazón y también el cuerpo, falté una vez más al trabajo. No podía salir de mi cuarto porque no quería intentar entender el mundo. Ahora estoy casado con ella, ya cumpliremos 10 años juntos en este 2007.

Y ya. Puedo, pues, contar perfectamente las veces que he faltado a lo que se supone es mi deber desde los 6 años. 4 veces, 5 días, el 0.047%. Si yo fuera un sistema de cómputo, tendría una disponibilidad inaudita. A veces me siento orgulloso de eso, a veces me siento enfermo. Sé que soy así, que seré, cuando sea, de esos viejos doblados en el alma pero inasibles desde fuera.