La distancia, todos lo sabemos, cambia enormemente la perspectiva. Jimena tiene, entre sus varias amiguitas, una tocaya con la que últimamente convive mucho. La otra Jimena es medio antítesis física de mi Jime: es "güerita", llenita. Y con todo y eso, se dicen hermanas gemelas por el nombre y porque apenas se llevan tres meses de edad. La otra Jimena tiene un hermano mayor de 13 años que a su vez tiene una novia muy formal de 12. En atemorizadoras y terribles pláticas maternas nos acabamos de enterar que la novia es bulímica y que, al parecer, ya vomita aún sin provocárselo.
Ahora que escarbamos en el tema, varias niñas que a los 12 ya presenten esos síntomas son niñas que empezaron con ese problema desde los 8 años. Siguiendo la pista encontramos más información: Aproximadamente la mitad de las niñas del grupo de amigas lo hacían y, por supuesto, TODAS en el grupo de amigas, lo sabían.
Las condenas típicas a la sociedad por imponer los modelos físicos y a los padres por no prestar la suficiente atención me resultan, como padre, muy insuficientes. Anoche, durante la plática de la situación, mi Jime, la mía, entró en pequeña crisis de llanto. Mi Jime es aún muy niña en muchas cosas y esos temas la espantan (hace unos seis meses tuvo crisis de miedo con respecto a alcohol y drogas, al grado que no me dejaba beber alcohol que no fuera vino) y sin embargo sabe bien que está todo eso muy alrededor suyo. Es en esta edad (la mayoría de sus amigos tienen 10 años) donde los hábitos empiezan a marcar a los ñoños de los bullies de los cool de los fashion y demás fauna estereotípica estudiantil.
Veo ya muy cerca, demasiado, esos problemas que pensé que tardarían dos años más en llegar. Confío más en Jimena que en cualquier persona del mundo salvo Edith. Sé que podrá transitar su adolescencia galanamente, pero no quiero que sea ingenua. No quiero que no sepa esas cosas del mundo que hacen felices a los que ignoran los males. Quiero que sea feliz a pesar de saber que existen y que, incluso, quizá, le queden cerca. Más cerca.