miércoles, enero 24, 2007

El discurso

Recuerdo que cuando mi disciplina en el blogueo era mayor, típicamente se me ocurría el "esto es un tema para post", lo almacenaba y empezaba a maquinar mentalmente el post. Eso casi siempre me ocurría "on the road" y también, típicamente, me daba bastante tiempo mi calendario de actividades para mantener el tema e irlo alimentando mentalmente. Podía mantener el tema vivo y operando. Ya con la mitad del tema maquinado (las "premisas" y algún "twist") podía sentarme tranquilo a escribirlo sabiendo que lo demás me lo daría el mismo impulso de los dedos sobre el teclado y que en 20 minutos tendría hecho mi post.

Conforme "perdí forma" decidí optar por otra estrategia, apuntar mentalmente solo el tema (mis posts casi siempre empiezan por el título, es decir, pienso un título y de ahí hago el post, tal como lo recomiendan los clásicos) y a partir de ahí sentarme a escribir el post por fases. Es decir, escribía un poco, me regresaba a mis deberes, pero cuando regresaba al post, el tema ya no estaba ahí. A veces se transmutaba, a veces perdía los hilos con los que quería coserlo (hilvanarlo las más), las más de las veces simplemente se desvanecía en el ciber-aire. A veces salvaba los avances como borradores (cosa que antes, hasta agosto de 2006, nunca había hecho) pero las más simplemente cerraba el browser y perdía lo que no había avanzado.

El sábado pasado, saliendo en familia en el coche, le presumí a mi hermana Laura que por fin le había transmitido a Jimena algo de mi gusto musical y que Jime estaba súper clavada con "Silver and Gold" en la versión del Rattle and Hum. Laura se quedó callada un par de minutos y me espetó: "Cuando Bono decía netas le chiflaban, ahora que dice puras pendejadas piensan que es Dios". Mi hermana, huelga decirlo, es rockerona hardcore y ni el alternativo le hace ojitos. Yo sin embargo creo que está equivocada teniendo razón. Es decir, tiene razón en marcar la diferencia pero está equivocada en juzgar la situación.

El discurso de Bono, o de cualquier político, no puede decir la verdad. Eso, por sabido, parece clissé. Más allá de eso, un discurso siempre contiene verdades. Yeto hizo un post en Big Blogger quejándose del arrobamiento y apersonamiento del público mexicano ante el éxito comercial que están teniendo algunos trabajadores mexicanos en la industria fílmica mundial. Guillermo Arriaga, uno de los más galardonados, dijo ayer lo contrario a lo que dijo Yeto, que en efecto, esos reconocimientos y premios SI son para México. Y a pesar de que pienso que ambos tienen razón, me quedo con la razón de Arriaga.

Es la ventaja del discurso vs. La Verdad. El discurso permite el apropiamiento, de hecho esa es su razón de ser, darse. La Verdad es una, individual, egocéntrica, indivisible, pura, casta y aburrida.

miércoles, enero 17, 2007

La canción sigue siendo la misma

Una de las tres cosas que más me gustan de mi trabajo es "dar presentaciones" (una de las otras dos es cobrar y la otra es que no tengo firewall que vigile lo que hago en internet).

Dar presentaciones de ventas es, guardando las debidas distancias, como dar conciertos. Cuando en un trabajo ordinario se prepara una presentación se da dos o tres veces (para jefes, colegas y super jefes) y listo, se archiva y a otra cosa. En ventas no, en ventas hay que dar la misma presentación una y otra y otra vez. Para diferentes clientes, para diferentes personas dentro de las mismas empresas, para personas que ya la vieron pero quieren que se las des a colegas o jefes. Uno se sabe ya qué parte de la presentación requiere un chiste, qué parte requiere una anécdota, qué parte requiere cambiarse de lugar de la pantalla. Sabe, con más prácitca, qué preguntas hacer para enganchar al cliente, qué situaciones plantear para provocar identificación. Sabes cuando la gente no se identifica con lo que estás planteando y también cuando están listos para que les des una pluma y te firman lo que sea.

Asistir a conciertos con esa perspectiva, con esa noción de que el intérprete de algo que uno como audencia puede adorar o no (pasa siempre que un mismo artista tenga rolas que uno adore y otras que no trague) sabe que uno reacciona de cierto modo y otros asistentes de otro, me recuerda siempre mis propios performances. Les Luthiers tienen un show (no recuerdo cómo se llama) donde se burlan del "comerciante escondido". Hay artistas que son comerciantes escondidos, hay otros que no. Conforme adquiero experiencia (y pierdo inocencia) me resulta más dificil poner mi experiencia de lado y solamente disfrutar. Veo lo que me están vendiendo y cómo me lo están vendiendo en lugar de escuchar y disfrutar. Así fue que disfruté menos de lo que debía el concierto de REM en México y decidí no arriesgarme con otros más en 2006.

Roger Waters, The Wall específicamente, fue un antes y después en mi vida. Lo he narrado ya aquí. Estará en México pronto y, por viaje de trabajo, no podré verlo. Me sé bien todas las opiniones respecto a los viejitos que viven de glorias pasadas y sobre los que se mantienen a la vanguardia. Fui a ver, en el mismo lugar, a David Bowie y a Eric Clapton, dos ejemplos de cada caso. Sé que ver a Waters es un algo muy especial que me deberé y, quizá, me lo deberé de por vida. Pero también, por lo que tengo de performer, sé que la canción sigue siendo la misma, que cada performance, así como cada uno de nosotros, no somos sino un ladrillo más.

domingo, enero 07, 2007

Volando de nuevo

Anoche, después de la noche de Reyes tuvimos una plática de ajuste familiar. 2006 fue un año donde tuve que poner muchísimo pellejo en juego. Lo debía. Quiero decir, tenía un pasivo acumulado y 2006 fue un año de pagar lo que debía. No terminé de pagar pero estoy negociando no tener que pagar todo lo que me falta en 2007.

El pasivo, la deuda contraída, era tiempo de mi trabajo. Gracias a mis clases de mecanografía en la secundaria y a mi necedad autodidacta en el inglés he desarrollado habilidades (en el sentido anglosajón de "skills") que me dan la capacidad de hacer una cantidad determinada de trabajo (mucho, un chingo) en poco tiempo.

El drama Spiderman sobre el poder y la responsabilidad me han hecho creer que yo tenía una deuda con mi trabajo, deuda que se había ido acrecentando durante los últimos, digamos, 15 años de mi vida laboral. De hecho son 18. Nunca, en 17 años, había yo sentido que trabajaba a toda mi capacidad. Siempre sentía, sabía, me remordía la conciencia, de malgastar horas valiosas y preciosas de trabajo en nada, Il dolce far niente. Y llegada la hora de salir, me aplicaba y sacaba en dos o tres horas lo que debía haber hecho durante el día. A veces menos, a veces más. Nunca me supieron pesado esas horas extras.

No es que sea un chingón o un genio. Solo escogí una profesión en la que no es necesario, muchas veces, trabajar a full. Las ventas son un oficio muy noble, no me canso de repetirlo, porque es el único trabajo oficinista en el que te pagan lo que trabajas: Trabajas poco, te pagan poco, y conforme vas trabajando más, ganas más.

El chiste de las ventas es, pues, trabajar como loco frenético, como judío, como avaro, como Bill Gates o el Sr. Burns. Así, se puede ganar buen dinero.

Y de repente, casi sin darme cuenta, el trabajo necesitó más de mí que yo de él. El problema es que yo no sé decir que no a ciertas cosas. No supe o no quise, ya lo he escrito. Y además, se lo debía. Gran poder viene con gran responsabilidad, Peter Parker.

No se puede salir bien librado de esto, de una locura frenética, de más de 200 jornadas de 16 horas o más de trabajo en un solo año, cargadas de auténtico trabajo, 30 viajes, incontables cenas y desveladas seguidas de madrugadas de revisión de correos. Y la verdad, el daño no fue tanto. Jimena está desajustada, pero no es nada que no podamos corregir aún, con amor y dedicación. Edith ha tenido que rifársela con Quimo y Jime prácticamente sola y está agotada. No es lo mismo los tres mosqueteros… Nada que no se pueda corregir con algo de descanso.

Quimo va bien, pero ya proyecta esa energía infantil que se retrata bien en "Los Increíbles", ya nos cansa y todavía no termina de aprender a caminar (es un as de la andadera y es muy independiente).

De primero de primaria a tercero de secundaria no falté a la escuela ni un solo día. Ni uno solo. Con fiebres y calenturas, con gripas y diarreas, con lo que fuera que no fuera demasiado infeccioso (solo tuve sarampión y varicela antes de los 5 años) siempre fui a la escuela. Soy, lo he dicho también, esclavo de mi deber (ñoño, dicen). En Preparatoria falté quizá alguna vez por enfermedad, no estoy seguro, aunque recuerdo que mi única pinta, ir a comprar boletos para ver a Rod Stewart en Querétaro, terminó en catástrofe, como terminaban, según yo, todas las "cosas malas", el amigo con el que fui desbieló su coche. De los 18 a los 22 solo falté a la universidad y al trabajo un miércoles y un jueves de semana santa (sí, de hecho no falté a la universidad) porque me dio algo parecido a fiebre reumática. Tenía todas las articulaciones de las extremidades inflamadas y no puedo decir que estuve cerca de la muerte, pero es lo más cerca que he estado.

A los 22 años una hermosa jovencita blanca de ojos grandes me rompió el corazón y también el cuerpo, falté una vez más al trabajo. No podía salir de mi cuarto porque no quería intentar entender el mundo. Ahora estoy casado con ella, ya cumpliremos 10 años juntos en este 2007.

Y ya. Puedo, pues, contar perfectamente las veces que he faltado a lo que se supone es mi deber desde los 6 años. 4 veces, 5 días, el 0.047%. Si yo fuera un sistema de cómputo, tendría una disponibilidad inaudita. A veces me siento orgulloso de eso, a veces me siento enfermo. Sé que soy así, que seré, cuando sea, de esos viejos doblados en el alma pero inasibles desde fuera.